martes, 28 de mayo de 2024

La piscina (La piscine, 1969). Jacques Deray


Jean-Paul y Marianne disfrutan de unas tranquilas vacaciones en una villa cercana a St. Tropez. Todo marcha a la perfección hasta que Marianne invita a su ex amante Harry y a su hija Penélope, a pasar unos días en la casa. Pronto la tensión empezará a crecer entre los cuatro y, bajo una aparente cordialidad, se creará un clima de celos y sospechas.

Da la impresión en este filme de que hasta los casi imperceptibles matices del gesto están previstos, calculados. La sagacidad del realizador, su disposición para el cine, campean en todo momento. He aquí una película con cuatro actores magníficos, un director que domina su oficio y un fotógrafo que ha bebido en esas Fuentes del color que en Francia se llaman: Renoir, Manet, Monet, Sisley, Pisarro... He aquí también una película ajustada como un motor de coche que “anda bien”, porque parece que todo existia en realidad y no había más que filmarlo... Más de la mitad de esta narración puede decirse que es extraordinaria, una lección para el público y para profesionales. (Antonio de Obregón en ABC del 3 octubre de 1969)

No es una gran película, pero tiene ciertos evidentes incentivos. Mezcla de erotismo y crónica negra, con un crimen en el centro de la trama, se comprende que atraiga y sugestione a un público que, cada vez busca más las emociones fuertes; un público estragado por los excesos crecientes del tremendismo y la amoralidad. (...) La parte de la intriga policíaca que tiene “La piscina” iguala, si es que no supera su interés sexual. El “suspense” sumado a los ingredientes eróticos, imprimen al film un sabor áspero y ácido. (A. Martínez Tomás en La Vanguardia del 14 de noviembre de 1969)

Con el transcurso de la historia, mucho más drama que thriller con música de cóctel de Michel Legrand, se acentúan las tensiones, todo de forma equilibrada, sin estridencias, hasta llegar al aspecto de crimen y negrura psicológica que podría elevar/perturbar el fondo de sus conflictos pero que no termina de convencer por su cómoda resolución. Pero bueno, cierto que las cosas suelen resolverse de esa manera. (Antonio Méndez en Aloha Criticón)

Cahiers du cinéma, siempre preocupada por separar el trigo de autor de la paja del mero realizador, colocó firmemente a Deray en la segunda categoría. “Siempre ha habido, en Jacques Deray”, reprendió en su reseña de La piscina de febrero de 1969, “un deseo de geometría, una inclinación por tener todo exacto al milímetro, colocado con demasiado cuidado”. El crítico continúa identificando una “aridez” en las relaciones entre “personajes que carecen de un contexto”. Ciertamente, la trama de La piscina es tan escasa como un bikini, y tal vez igual de decadente, si se considera cuan completamente ignora la protesta social. los movimientos que habían alcanzado su punto máximo apenas unos meses antes de que se rodase. “¡Sous les pavés, la plage!” (¡Bajo los adoquines, la playa!), fue el grito de guerra de mayo del 68, mientras estudiantes y trabajadores tomaban las calles de París en un intento iconoclasta por conseguir la libertad representada por la arena. Pero la película de Deray ya está en la playa y la turbulenta política de la época parece muy lejana. “Esta agitación, de calles y de ideas no cambia nada para mí”, escribió Deray en sus memorias. (Jessica Kiang en Criterion)

Es emocionante imaginar a estos personajes en manos de los más importantes cineastas franceses de la época, considerar la mezcla de encanto resplandeciente y burla mordaz con la que Claude Chabrol habría dotado a sus maniobras cruzadas, la empatía hacia la muchacha abandonada y el romanticismo trágico de un amor empañado que François Truffaut habría puesto en primer plano. En cambio, bajo la dirección de Deray, la perversidad y el peligro de estas maquinaciones (en la medida en que sean discernibles) se interpretan como un cinismo barato y frívolo. (En su mayor parte, estos temas permanecen tan bajo la superficie que no está claro si el propio Deray era consciente de ellos). La historia pasa de escena en escena, sin ningún interés en las implicaciones de los acontecimientos tal como se describen, sin sensación de que los personajes tienen alguna existencia o que el drama tiene alguna extensión más allá de los puntos de la trama fijados en la pantalla. La película está construida de manera tan tensa que no se puede filtrar ni una sola idea; es un mecanismo hecho con un ojo puesto en la elegancia, tan obsesivo que funciona sin funcionar, como un reloj sin manecillas. (Richard Brody en The New Yorker)

El enfoque calculado de La piscine y su larga duración pueden convertirse en un obstáculo insuperable para muchos espectadores. Con poca acción durante la mayor parte de la película, esta historia de ebullición lenta es más un estudio perspicaz de personajes que un thriller trepidante. La película de Deray, al igual que su relajado reparto, se toma su tiempo para absorber la atmósfera, poniendo en cambio énfasis en la cruda sensualidad y los instintos primarios sometidos que se esconden debajo de estos intercambios aparentemente inocentes. Un buen ejemplo de la pasión que impulsa al cine francés, La piscine, aunque quizás no sea tan revolucionaria como sus contemporáneas, ofrece una deliciosa dosis de realismo entrelazado con una pizca de suspense observacional. Sin embargo, es la forma tranquila y calculada en que se desarrollan estos acontecimientos lo que contradice el verdadero horror de esta historia de asesinato y desconfianza. (Patrick Gamble en CineVue)

Ésta es una de las grandes particularidades (y aciertos) del largometraje del director francés. La falta de diálogos, su misma supresión, sustituidos por las miradas. Sensuales, rebeldes, evasivas, provocativas, dignas o acusatorias, desafían al espectador y confieren a determinadas secuencias una fuerte intensidad. Además, Jean-Claude Carrière declaró haber escrito principalmente diálogos indirectos, alejados de los conflictos entre los personajes, para que la puesta en escena pudiera centrarse más en el juego (de la mirada) de los actores más que en los diálogos, contenidos en las ocho únicas páginas del guión. Diálogos indirectos, por no decir inútiles o casi inútiles, que cuentan deliberadamente banalidades. Éste es el otro tema, quizás más enterrado, de La piscine. (Damien LeNy en DVD Classik)

La sensación de agradable languidez que se instaura al principio de la película se irá volviendo poco a poco insoportable. Los cuatro personajes van y vienen alrededor de este rectángulo de agua clorada, buscando sentido a sus intercambios, ocultando miradas, y nada parece detener la inevitable caída hacia el enfrentamiento de los resentimientos, hacia la explosión de los secretos revelados. Cada diálogo, cada movimiento puede ser interpretado y sugerir algo mucho más oscuro que el aburrimiento, y mucho más insidioso que el simple cansancio que acompaña a los días soleados. Todo el mundo esconde algo y la convivencia adquiere el aspecto de una prisión. (Le bleu du miroir)

Acostumbrado a que las ciudades sean protagonistas de sus películas (De Rififi a Tokio, Borsalino, Un Homme est mort, Un Papillon sur l'shoulder, Le Marginal, Un Crime…), La Piscine no se desarrolla en un entorno urbano sino en un lugar bien identificado que le sirve de escenario: una casa. Allí pasa todo y nos quedamos dentro de este lugar con los protagonistas que no pueden escapar. La película marca un punto de inflexión, un abandono temporal del universo policial por el del “drama psicológico en aislamiento”. No hay acertijos que resolver. La piscina también coquetea con la abstracción. La llegada de los juerguistas señala claramente el final de los años 60. Los personajes han llegado al final de sus (des)ilusiones, hacen gala de un cinismo evidente. A través de la moral de los personajes, la película da una mirada muy justa al final de una época: los años 60. Los acontecimientos de Mayo del 68, que tuvieron lugar unos meses antes del inicio del rodaje, parecen haber cambiado ciertas cosas en la sociedad. (Luc Larriba en Revus et corrigés)

Película estrenada en Madrid el 2 de octubre de 1969 en el cine Coliseum; en Barcelona, el 11 de noviembre de 1969 en los cines Astoria y Fantasio.

Reparto: Alain Delon, Romy Schneider, Maurice Ronet, Jane Birkin, Paul Crauchet, Steve Eckardt.


miércoles, 22 de mayo de 2024

Me enamoré de una bruja (Bell, Book and Candle, 1958). Richard Quine


Gillian Holroyd (Kim Novak), miembro de una saga de hechiceros, entre los que se encuentran su tía Queenie (Elsa Lanchester) y su hermano Nicky (Jack Lemmon), se enamora locamente de un famoso editor, Sheperd Henderson (James Stewart), que está a punto de contraer matrimonio. La joven bruja no duda en utilizar uno de sus conjuros para conseguir que Sheperd deje a su prometida y se rinda a sus encantos. Todo sale según lo previsto pero, poco después, Gillian le confiesa la verdad sobre sus poderes a Shepherd que, indignado, pide ayuda a la extravagante señora De Pass para que rompa el hechizo. Tía Queenie toma cartas en el asunto e intenta utilizar la más poderosa magia para reunir a la pareja: el amor.

Una película original, por la forma de presentar un tema complicado y de supuestas hechicerías, por los magníficos fotogrames y por los admirables efectos del tecnicolor en muchas escenas. Aunque la historia venga a ser poco más o menos un cuento de brujas moderno, está descrita con humorismo y gracia, que las sonrisas y muchas veces las carcajadas afluyen espontáneas ante las absurdas y sobrenaturales peripecias de los protagonistas y sus colaboradores, relatadas con ingenioso y donoso lenguaje en expresivos fotogramas. (M. Planas en La Vanguardia del 19 de julio de 1959)

En “Me enamoré de una bruja” hay un evidente propósito de entretener  y divertir, que no siempre se logra, seguramente porque Taradash, autor del guión, no supo dosificar convenientemente las escenas cómicas y las sentimentales, y lo que debió ser una pura broma las más de las veces lo es sólo a medias. La verdad es que no se puede, no se debe tomar en serio nada de cuanto ocurre en el “film”, que hubiera podido ser un graciosísimo disparate llevado a un ritmo más igual, más entonado, desde el principio al fin. Así, si a veces el diálogo es vivo, ingenioso y ocurrente y divierten muchas de sus escenas, otras –bastante numerosas también- resultan, en cambio, lánguidas y premiosas, con evidente perjuicio del conjunto. (G. Bolín en ABC del 8 de septiembre de 1959)

Adaptación de una obra teatral de John Van Druten -autor especialmente recordado por "Old Acquaintance"-, en la que se propone una comedia sentimental con elementos fantásticos. Pertenece a la etapa de despegue en la filmografía de su malogrado director, cuando empezaba a conseguir su registro más brillante. La historia se aprovecha a través de unas excelentes interpretaciones y de un tono notablemente incisivo. (Fotogramas)

El fascinante trabajo cromático, cortesía del gran James Wong Howe, dota de unas brumosas tonalidades al color, como si habitáramos un cuento de hadas contado a la vera de la lumbre de la chimenea, o nos desplazáramos en una realidad entremedias, un escenario transfigurado, a través de una mirada singular, la de Gil, que vive en el artificio de su universo aparte, más un escenario, como su extensión, ese particular club de cariz bohemio. Es como si habitara más bien una vida sublimada, a la que intenta dotar de cuerpo (por tanto ajustar la realidad al deseo): aspira a unas alturas como evidencia esa elipsis tras el beso que los sitúa en lo alto de un elevado edificio. (Alexander Zárate en El cine de Solaris)

Las chicas guapas en las películas han hechizado desde siempre a sus novios tontos con tentaciones y dispositivos que son mágicos, hasta donde el público puede darse cuenta. Así que el asunto de la obra de teatro de John van Druten, que se ha utilizado como base para esta película -una mujer experta en brujería- es realmente bastante tonto y banal y,  tal como lo ha reducido Daniel Taradash en un guión dirigido por Richard Quine, no se distingue por ninguna brujería o volatín especial. Sin embargo, la producción de Julian Blaustein de esta comedia romántica ligeramente sobrenatural es tan elegante y con una fotografía tan fascinante que la distingue de cualquier comedia romántica que hayamos visto este año. Desde la tienda de la heroína, que es comerciante en arte primitivo, hasta un club nocturno lleno de humo en Greenwich Village, donde se reúnen las brujas locales y sus aprendices, es visualmente atractiva y sugerente. (Bosley Crowther en The New York Times del 27 de diciembre de 1958)

No hay nada que pueda igualar el sorprendente e inquietante primer plano de Gillian mientras lanza su hechizo de amor sobre Shep, sosteniendo a su familiar gato Pyewacket debajo de su nariz, sus profundos ojos azules y los del gato mirando a la cámara, su cara iluminada con un brillo de otro mundo. Es la imagen más emocionante de la película y la única que realmente explora la cualidad mágica que realmente está en el centro de la historia. Este es el único momento en el que parece que está sucediendo algo mágico, ya sea en términos cinematográficos o narrativos. Es un plano magistral. La curva de las orejas negras del gato enmascara la mitad inferior del rostro de Novak, dejando que sus ojos brillen intensamente de forma aislada, reflejados en la mitad inferior del marco por los propios ojos azules del gato. (Ed Howard en Only the Cinema)

Ha habido algunas interpretaciones interesantes de Me enamoré de una bruja y la subcultura que presenta. Dependiendo de con quien hables, los brujos pueden representar a los comunistas que tienen que vivir en secreto en los Estados Unidos de McCarthy o a la clandestinidad homosexual que tiene que vivir en secreto en un país donde sus actividades son igualmente ilegales. Pero en realidad, se parecen mucho más a los beatniks, con todas la pretensiones que acompañan a ese estilo de vida, todavía apartados de la sociedad "normal" pero que menosprecian a la gente corriente que no los entiende. (Graeme Clark en The Spinning Image)

Esta película, realizada con un ritmo bastante despreocupado, está bañada en una atmósfera acogedora proporcionada por los decorados, la música de jazz de George Duning y la hermosa fotografía de James Wong Howe. Una hermosa puesta en escena, que resulta verdaderamente soberbia cuando Quine alegra la obra con secuencias fuera del apartamento: escenas de vagabundeos nocturnos por las calles nevadas; o la fabulosa escena del primer beso seguida de un travelling ascendente, acariciando en un plano general a Nueva York al amanecer bajo la nieve, y que finaliza con una visión de la pareja abrazada en lo alto de un edificio. ¿Y qué hay de ese magnífico primer plano del rostro lloroso de Kim Novak (lágrimas que no podía tener mientras conservaba sus poderes mágicos)? Una de las tomas más conmovedoras de la historia del cine. (Erick Maurel en DVD Classik)

Me enamoré de una bruja, al ser una "película pequeña" no podía pretender revolucionar los estándares, pero el simple hecho de que le diera a Kim Novak la oportunidad de mantener a James Stewart bajo su influencia, como para devolverle la jugada de Vértigo, la hace un poco intrigante y simpática, aunque no demasiado interesante. Al final se queda en una película muy secundaria, una curiosidad para el cinéfilo a la caza de rarezas, que provoca un interés pasajero gracias a su jugosa anécdota, la de la efímera inversión moral de un equilibrio de poder entre dos personajes de cine, dos "estrellas" unidas entre sí por una película por lo demás mítica e importante. (Thibaut Grégoire en Le rayon vert)

Cuenta la historia que esta película dio origen a la famosa serie "Embrujada", cuyos primeros episodios datan de 1964. Es cierto que en este largometraje las brujas son amigables y benévolas, como lo serán en la serie. En realidad, la inspiración para la serie de televisión se encuentra en la película Me casé con una bruja (1942) de René Clair. Si aceptamos o dejamos de lado el carácter fantástico de la historia, asistimos a una comedia muy simpática, bien escrita y bien filmada: la dimensión fantástica es, además, sólo un pretexto para una comedia que no hace mucho caso de los efectos especiales. Muchas secuencias se suceden con magníficas tomas de Nueva York bajo la nieve: la más llamativa es la filmada extensamente desde un rascacielos por la mañana temprano. (...) La película vale la pena por derecho propio y sigue siendo una comedia hermosa, simpática y ligera rodada en el magnífico Technicolor de finales de los años cincuenta. (Fabrice Prieur en À voir, à lire)

Película estrenada en Barcelona, el 14 de julio de 1959 en el cine Windsor Palace; en Madrid, el 7 de septiembre de 1959 en el cine Pompeya.

Reparto: James Stewart, Kim Novak, Jack Lemmon, Ernie Kovacs, Hermione Gingold, Elsa Lanchester, Janice Rule.


viernes, 17 de mayo de 2024

Becket (1964). Peter Glenville

Inglaterra, siglo XII. Drama histórico en el que se narran los enfrentamientos entre Enrique II Plantagenet, rey de Inglaterra, y Thomas Becket, que llegó a ser canciller y después arzobispo de Canterbury (desde 1162). Las desavenencias entre ambos comienzan cuando en 1164 (Constitución de Clarendon) el rey lleva a cabo una reforma del sistema judicial que reduce substancialmente las prerrogativas de la Iglesia. Adaptación de una obra de Jean Anouilh.

Todo el aparato que los medios del cine tienen a su orden ha sido utilizado por Glenville para abrigar con amoroso cuidado el tesoro literario del “Becket”. Pero este abrigo que le cubre y envuelve en colores, en vestiduras, en paisajes, en escenografías, bellísimos, no aturde en ningún momento el íntimo fluir de la historia, ni el laberíntico discurso mental del Rey ni la majestad sobrehumana del prelado. Sino que todo ello, en bloque, sirve de encuadre admirable a esa vena que late conmovida y tràgica en las almas y en las vidas de estos dos enormes y fraternales enemigos. (Gabriel García Espina en ABC del 23 de octubre de 1964).

Nos parece una de las más bellas realizaciones del cine moderno. Sorprende por su belleza plástica, por la grandeza de su concepción artística y también por su apasionante trama argumental. (...) El origen teatral de la película es ostensible. En cierto modo la película viene a ser teatro filmado, pero un teatro magnificente y deslumbrante, en el que a las cualidades puramente teatrales se agregan aquellos otros atractivos que sólo son posibles en el cine. (...) Es un film fuerte, áspero, en el que tal vez se recargan un poco las tintas sombrías, pero de una belleza y de una grandeza literalmente impresionantes. (A. Martínez Tomás en La Vanguardia del 12 de noviembre de 1964)

Académica versión del drama de Jean Anouilh que, partiendo de hechos históricos, plantea el conflicto entre la conciencia moral y las exigencias políticas. El plato fuerte de la función son las excelentes interpretaciones, aunque el conjunto evidencia una formulación algo engolada y un tono escasamente vibrante. (Fotogramas)

Peter Glenville construye Becket como si fuera una gigantesca representación teatral, en lo que la película tiene de relato de “exposición de ideas”, pero sin descuidar por ello elementos estrictamente cinematográficos. De ahí esa utilización de los excelentes recursos puestos a su disposición, y que se traduce en un tratamiento visual y plástico de elevada categoría, sobre todo en lo que concierne a las escenas en interiores: hay momentos en los cuales muchas de las escenas entre Becket y Enrique que transcurren en la corte de este último tienen un cariz gótico y siniestro, casi de película de terror, reforzado por los opresivos decorados, la manera de iluminarlos y el sentido de lo claustrofóbico exhibido Glenville en su planificación. Por el contrario, el momento culminante del relato, esto es, el asesinato de Thomas Becket en la catedral de Canterbury juega con los gigantescos espacios abiertos del interior de un templo convertido, así, en una especie de suntuoso altar de sacrificios en el cual el protagonista pierde la vida por mantenerse fiel a sí mismo: es decir, por haberle llevado la contraria a su amado rey por primera y última vez. (Tomás Fernández Valentí en El cine según TFV)

A pesar de su gran cantidad de nominaciones al Oscar, son las actuaciones de Peter O'Toole y Richard Burton las que hacen de Becket una película realmente increíble. Todo, desde la escenografía hasta la partitura, parece simplemente apoyar a estos artistas. Pocas películas pueden presumir de dos actuaciones increíblemente poderosas y auténticas como las que se muestran aquí. Los actores le dan a la película un sentimiento poético: el diálogo fluye de sus lenguas con enorme gracia, porque tanto O'Toole como Burton son actores clásicos y de gran talento y en Becket se hallan en la cima de su arte. (Martin Liebman en Blu-ray.com)

Además de las actuaciones, titánicas como ya se ha dicho, Becket es una obra compleja que trata, al menos en parte, de las relaciones del pueblo francés conquistado con el vencedor nazi: ¿colaborar o no? – que todavía funciona después de tantas décadas, incluso si Jean Anouilh (el escritor de la obra original) tiene que retorcer un poco la historia para que los acontecimientos encajen. Y la inyección de Anouilh de un subtexto homosexual también es una distorsión de los acontecimientos reales, aunque añade una chispa a lo que es, después de todo, una historia de amor que acabó mal. (Steve Morrissey en MovieSteve)

Con todas sus maniobras políticas, Becket se desarrolla como un juego de ajedrez. Cada movimiento es deliberado y estratégico. Curiosamente, solo unos minutos después de percibir esta metáfora del ajedrez, se volvió seriamente descarada cuando dos personajes de hecho juegan una partida de ajedrez mientras hacen referencia a un caballo derribando a un alfil. (...) La película efectúa un excelente trabajo al sumergir a su audiencia en el mundo medieval, un gran testimonio de su diseño de producción. El guión contiene diversos argumentos filosóficos, políticos y religiosos, lo que hace que la película provoque la reflexión. (Matt Foster)

Todo el interés de la película reside en su interpretación porque, desgraciadamente, la puesta en escena es poco imaginativa y parece impregnada de cierta pesadez. La historia pone gran énfasis en transformar la cercanía entre el rey Enrique II y Thomas Becket en una atracción homosexual inconfesada. (L'oeil sur l'écran)

Como en Un león en invierno (1968), los defectos del estancamiento teatral se compensan en gran medida con la dramaturgia aquí expuesta y la riqueza de los diálogos, del mismo modo que la dirección artística está muy cuidada, con un vestuario soberbio y decorados reales de iglesias románicas, no de cartón piedra. A pesar de su extensión (la ceremonia de coronación de Becket podría haberse acortado), el film sigue siendo una hermosa película histórica que proporciona información sobre un episodio de la historia inglesa, magníficamente interpretada por un dúo de grandes actores que ciertamente soportan todo el peso de la película, pero bien apoyados por John. Gielgud como el rey Luis VII de Francia, Paolo Stoppa como el Papa Alejandro III, Gino Cervi y Pamela Brown. Cabe señalar que la película recibió 12 nominaciones al Oscar pero, curiosamente, sólo ganó el Oscar al mejor guión. (Ugly en Sens critique)

Peter Glenville pinta un cuadro político interesante acerca del papel de la Iglesia que aún no está separada del Estado y todos los problemas y cuestiones éticas que esto genera. Es un fresco cautivador, pero todavía le falta algo para convertirse en una gran película; Una puesta en escena demasiado sumaria, algunas escenas demasiado largas (la ceremonia de coronación de Becket hubiese quedado mejor si se hubiera acortado), una banda sonora bastante insípida y quizás una interpretación un poco demasiado teatral por parte de Peter O'Toole en algunos momentos. Lástima, aunque sigue siendo una  hermosa realización y cuenta con el inmenso carisma de sus dos protagonistas. Buena pelicula. (Un visiteur en Allociné)

Película estrenada en Madrid 22 de octubre de 1964 en el cine Palafox; en Barcelona, el 10 de noviembre de 1964 en el cine Comedia; en Palma, el 3 de noviembre de 1964 en la Sala Rívoli.

Reparto: Richard Burton, Peter O'Toole, John Gielgud, Gino Cervi, Paolo Stoppa, Donald Wolfit, Martita Hunt, Sian Phillips, Pamela Brown.

viernes, 10 de mayo de 2024

Las campanas de Santa María (The Bells of St. Mary's, 1945). Leo McCarey


El padre O'Malley acaba de llegar a su nuevo destino como sacerdote del colegio de monjas y la parroquia de Santa María, en un barrio humilde de Nueva York. Pronto se verá enredado en los problemas del barrio y de los alumnos, lo que le lleva a formar un coro para sacar a los chicos de la calle. La vida del colegio le lleva a estrechar la relación con la hermana Benedicta, superiora del convento y directora del colegio, y a participar de las ilusiones de la congregación: que un millonario done un moderno edificio cercano como nueva sede del vetusto colegio.

Si no fuese por las escenas infantiles no comprenderíamos bien el buen éxito de esta película en su país de origen. En esas escenas hay una que sobrepasa en cuanto a sinceridad, ausencia de artificio y emoción genuina a todas las escenas que ha dado hasta la fecha el arte (si lo es) del cinematográfo. Nos referimos a la comedieta de Navidad que traman y representan los niños del colegio. Junto a esta escena, el resto de la película –aun siendo, ésta, mejor que muchas otras triunfantes en Madrid- queda relegado en la penumbra de la memoria. (N. en ABC del 18 de noviembre de 1947)

Realizada la cinta con un arte impecable, abundando en una fotografía excelente y en una finalidad de ternura cristiana, los tipos y la situaciones encajan a la perfección y sólo cabe oponer a su dilecto empaque ciertas reiteraciones y una innecesaria frondosidad dialogal. (Ardila en Pueblo del 18 de noviembre de 1947)

Podrá señalarse que la cinta, desde un punto de vista rígidamente analítico, tiene demasiado diálogo y que está realizada a base de secuencias con planos cortos, lo que impide un ágil desarrollo en un puro sentido dinámico, pero tales reparos, si es que realmente pueden existir en una consideración completa que comprenda las necesidades de forma que el fondo impone, se olvidan pronto, porque late en la película con trémulo pulso de dulzura el encanto emocionante de su sencillez (...) Junto a una realización  fluida y tersa, en la que sólo disuenan unos decorados y forillos de no alta calidad... (Horacio Sáenz Guerrero en La Vanguardia del 22 de noviembre de 1947)

Excelente comedia que parte de una anécdota mínima y más bien risible: un cura (Crosby) y una monja (Bergman) en busca de dinero para construir una escuela. Este endeble planteamiento no fue óbice para que se consiguiera un admirable encadenamiento de situaciones con una prodigiosa coherencia narrativa. La inteligente utilización de un sentimentalismo ingenuo pero eficaz y una religiosidad tan aparente como superficial la convierte en una obra poco convencional, pese a estar basada en puras convenciones. (Fotogramas)

Magistral secuela -la primera en optar al Oscar a la mejor producción- de la multi oscarizada (7 estatuillas) Siguiendo mi camino, en la que se obran prodigios, o cabría señalar milagros dada la adscripción de sus protagonistas, con un argumento que sobre el papel induciría a imaginar un insufrible folletín con trasfondo religioso. Pero el perfecto sentido de la medida, la genialidad y la fina ironía de su director, el genial Leo McCarey, aderezadas de un suave y delicado tinte de romanticismo, más ingentes cargas de emotividad, dan como resultado una obra maestra del cine sentimental. (José Luiz Vázquez en Lanza)

The Bells of St. Mary's es un himno sencillo y sincero a una época más simple, cuando Estados Unidos apenas emergía de las profundidades de la Segunda Guerra Mundial, las líneas entre el bien y el mal estaban claramente trazadas y había una esperanza inherente por un futuro más brillante y pacífico. La película probablemente les parecerá cursi y trillada a los más jóvenes, y si uno es completamente franco, esta continuación realmente no ha envejecido tan bien como Going My Way. Dicho esto, Crosby y Bergman están en plena forma, discutiendo con los demás de manera suave pero directa, y los niños son absolutamente adorables. Las lecciones morales aquí son demasiado obvias, pero se transmiten con delicadeza y con una buena dosis de impacto emocional. Después de todo, puede que en realidad no sea Navidad, pero The Bells of St. Mary's puede ayudarte a sumergirte en el espíritu navideño, sin importar la época del año que sea. (Jeffrey Kauffman en Blu-ray.com)

El mayor activo de la película es sin duda la habilidad de McCarey, que parece a la vez tranquila y aguda, divertida y sensiblera, pegajosa y estilizada. Era tan hábil como Capra para producir este tipo de risas y lágrimas que complacieran al público, y lo hizo, creo, con ligereza de corazón y un enfoque general en la comedia para atraer a la gente y bajar sus defensas, para que estuvieran a gusto. Aunque los diversos segmentos irregulares de esta película la convierten en una de las menos satisfactorias de McCarey a nivel artístico, es totalmente comprensible por qué es la más popular. (Jeffrey M. Anderson en Combustible celluloid)

The Bells of St. Mary's es una producción increíblemente hermosa de pies a cabeza. Es el tipo de película bellamente montada que muchos considerarían una “película de prestigio” de la época. En el centro está el director McCarey con los toques más ligeros que permiten que la película nunca parezca dura ni sermoneadora. De hecho, como todas las películas de McCarey, transmite un mensaje, pero nunca lo transmite de manera que uno se sienta manipulado. (A.W. Kautzer en The Movie Isle)

Una dramaturgia flexible, invisible, de gran habilidad e inventiva, presenta la acción en forma de una serie de escenas muy largas que parecen independientes entre sí, ya que tienen su propia duración y contenido, su propia emoción. En realidad, están profundamente unidas por una inspiración y un propósito común: poner en práctica una concepción sonriente de la espiritualidad y del bien como catarsis permanente, como remedio providencial para todos los males físicos y morales de la humanidad. Cada una de estas escenas (el discurso inaugural de O'Malley ante una asamblea de monjas a quienes la visión de un gato jugando con el sombrero del sacerdote les hace reír; la lección de boxeo dada a un niño por la hermana superiora; la representación del belén interpretado por bebés, etc.) aparece como una brillante improvisación, creada en el puro presente del rodaje por un cineasta cuya alegría de expresar sólo es comparable a la firmeza de sus convicciones (Jacques Lourcelles en Ciné-club de Caen)

La dirección elegante, flexible e invisible de Leo McCarey, la magnífica fotografía en blanco y negro de George Barnes y el preciso y fino guión de Dudley Nichols, guionista de varias películas de grandes cineastas como John Ford, George Cukor, Michael Curtiz , Henry Hathaway, Howard Hawks, Fritz Lang o Anthony Mann, están al servicio de una inventiva y brillante dramaturgia que mezcla comedia y melodrama, risas y lágrimas. El cineasta concentra todo su talento en mostrarnos la fuerza de la fe, la bondad y el amor que defienden la hermana Benedict y el padre O’Malley. (Jacques Déniel en Causeur)

Las campanas de Santa María es una extraña mezcla de catecismo moral y fantasía desenfrenada. Bing Crosby, el gran crooner sobre el que Sinatra modelará su imagen y su carrera, retoma el personaje del sacerdote cantante que había creado dos años antes para el mismo McCarey en la superproducción Going My Way (1943). Pero la presencia de Ingrid Bergman lo cambia todo, creando una atmósfera ambigua, casi sexual. Al comienzo de la película, durante el discurso de Bing Crosby ante un grupo de monjas, vemos a un gatito (casi fuera de campo) jugando con el canotier del sacerdote. El gatito hace reír a las monjas. El clima está establecido. No dejaremos de sonreirnos hasta el final. (Louis Skorecki en Libération)

Película estrenada en Madrid el 17 de noviembre de 1947 en el cine Palacio de la Música; en Barcelona, el 21 de noviembre de 1947 en el cine Coliseum.

Reparto: Ingrid Bergman, Bing Crosby, Henry Travers, William Gargan, Ruth Donnelly, Joan Carroll, Martha Sleeper, Rhys Williams. 

martes, 7 de mayo de 2024

Narciso negro (Black Narcissus, 1947). Michael Powell y Emeric Pressburger


Un grupo de monjas occidentales abre un hospital en un antiquísimo templo en las remotas montañas del Himalaya. A las dificultades económicas y a la hostilidad de los nativos, pronto se suman las tensiones entre las propias monjas. Un agente británico intentará mediar entre ellas para solucionar sus problemas, pero su presencia acabará despertando, con consecuencias fatales, la sexualidad reprimida de algunas hermanas. Basada en una novela de Rumer Godden (1907-1998) publicada en 1939.

Sugerente relato fantástico que ilustra las tribulaciones de un convento de monjas católicas instalado en un palacio tibetano que en otros tiempos ocupara el harén de un rajá. Una extrema sensualidad preside el relato, especialmente conseguida a través de una deslumbrante concepción visual y una brillantísima fotografía. Todo ello se desarrolla a través de un misticismo tan cautivador como heterodoxo. (Fotogramas)

Uno de los mejores trabajos conjuntos de Michael Powell y Emeric Pressburger (Las zapatillas rojas). La pareja de directores logra un sólido drama, adaptación de una novela de Rumer Godden, que narra las desventuras de un grupo de monjas, y que acaba convirtiéndose en una trágica historia próxima al cine de terror. Destaca la interpretación de Deborah Kerr, recordada por películas como De aquí a la eternidad. Tiene una gran riqueza visual, aunque quizá el ritmo narrativo se queda algo anticuado para un espectador actual. El director de fotografía, Jack Cardiff, consiguió un merecido Oscar, por su cuidada utilización del color. (Decine21)

Michael Powell y Emeric Pressburger han estado tan cerca de ejecutar una fusión perfecta de todos los elementos del arte cinematográfico (historia, dirección, actuaciones y fotografía) que uno desearía haber dado con un tema a la vez menos controvertido y más atractivo que el de "Narciso Negro". Al no estar familiarizados con la novela de Rumer Godden, no sabemos cómo de fiel es la película a su fuente. Pero, después de todo, eso tiene pocas consecuencias. Lo que importa es lo que han imaginado en el celuloide, y es una contemplación apasionante y provocativa del antiguo conflicto entre el alma y el cuerpo. "Narciso negro" es un frío drama moral e intelectual teñido de un cinismo que tiene el efecto de lanzar, por así decirlo, una reflexión gratuita sobre aquellos que, independientemente de su creencia, han abandonado los placeres mundanos por pura devoción religiosa. (The New York Times del 14 de agosto de 1947)

El delirante melodrama de Powell y Pressburger es una de las películas más eróticas que jamás haya surgido del cine británico y mucho menos de la reprimida década de 1940: se estrenó sólo dos años después de Brief Encounter (1945), de David Lean, con su historia más típicamente "británica" de deseo negado. A partir de una controvertida novela de Rumer Godden, una escritora inglesa que vivió mucho tiempo en la India, Powell y Pressburger crearon un tenso melodrama de pasiones inusualmente feroces y tensión erótica apenas contenida. Aunque el guión nunca desafió directamente los estrictos estándares de los censores, no hace falta decir que los deseos reprimidos de las monjas no eran un tema común -o seguro- para una película británica de 1947. (Mark Duguid en BFI screenonline)

A los críticos les gusta decir que Narciso negro no pertenece a ningún género establecido, pero lo que más se parece es a una película de terror. En su autobiografía, Michael Powell menciona cómo iba en bicicleta con entusiasmo a buscar copias de los thrillers de terror de la RKO y Val Lewton en el Londres bombardeado, y Narciso negro tiene interesantes paralelismos con la película de terror de Lewton/Jacques Tourneur I Walked with a Zombie. Ambas películas presentan lugares "exóticos" embriagadores creados artificialmente en un estudio de cine, y ambas tratan sobre el fracaso de los colonos anglosajones a la hora de imponer los valores cristianos a las tradiciones nativas. Al igual que el médico de I Walked with  a Zombie, las hermanas luchan contra la superstición local para atraer a sus pacientes indios a aceptar la medicina occidental. Y en ambas películas aparece un "monstruo" femenino: la perturbada hermana Ruth de Kathleen Byron se parece mucho al fantasma sonámbulo de Christine Gordon en la película de Lewton/Tourneur. Ruth, una "mujer mundana" con un vestido rojo y lápiz labial rojo, se transforma en una loca parecida a un zombi, con los ojos llameantes y el cabello suelto. (Glenn Erickson en DVD Savant)

A pesar de ciertos aspectos ligeramente kitsch, Narciso negro sigue siendo una obra asombrosamente atrevida y su esplendor visual te deja sin palabras. Sólo podemos compartir la admiración de Martin Scorsese (y muchos otros) por esta película donde el artificio intensificado se encuentra con el gran arte. (Claude Rieffel en À voir, à lire)

Basada en la novela de Rumer Godden, la producción imagina una película de bellezas exóticas, pero Michael Powell, el gran viajero, se niega, ante el asombro de todos, a ir a la India o a Nepal para filmar en escenarios naturales. Quiere recrear completamente la película en el estudio, firmemente convencido de las capacidades expresivas del cine, una fe intacta en sus poderes que inerva cada uno de sus proyectos. Powell elige este enfoque para tener un control absoluto sobre los diferentes componentes de su película. Usar vistas reales del Himalaya y mezclar estos exteriores con paisajes está fuera de discusión. Powell teme que rodar en el Himalaya abrume la película, que el exotismo de las localizaciones distraiga a quienes están detrás del proyecto de la esencia de la historia. De esta manera pretende dominar cada elemento de la película: el viento que sopla en los pasillos del templo, la altitud, los colores de cada objeto, las plantas, la ropa. Un mundo completamente recreado, reinventado, un mundo de cine puro. (Olivier Bitoun en DVD Classik)

Más allá de los superlativos de los que ya goza la película desde su creación, y situándola en su contexto histórico (ya tiene 67 años), está claro que no ha perdido nada de su extraño poder de fascinación. Ya sea el tema, la dirección de la fotografía, los encuadres, la elección de los actores y su dirección, la música y otras elecciones técnicas... del conjunto emerge, aún hoy, un gran aire de modernidad. Como ocurre con muchas películas del dúo Powell/Pressburger, debemos reconocer aquí un avance colosal respecto de su tiempo y un pronunciado gusto por la ausencia de facilidad. Pero la intensidad de la película descansa sobre los hombros de dos intensas actrices, Deborah Kerr y Kathleen Byron, que juntas se hacen cargo de la dualidad de la manifestación de sentimientos que pueden alterar vidas dedicadas precisamente a no preocuparse de tales sentimientos. Los conflictos internos que seguirán serán devastadores. Sensualidad y lucha interior... la película rezuma estos temas sulfurosos con innegable encanto y clase. (Stéphane Leblanc en DVDFr.com)

Esta eterna batalla entre el mundo del espíritu y el de los sentidos es restaurada en todo el esplendor del Technicolor emergente por el maestro Jack Cardiff, en decorados de Alfred Junge que, al estar compuestos en parte por pinturas y modelos, no son menos deslumbrantemente hermosos. (...) El ambiente nos embriaga como embriaga a las monjas, estamos como ellas hipnotizados por los colores y las luces brillantes, nuestra sangre late como la de ellas al ritmo de los tambores (sutilmente orquestados por Brian Easdale). Para mí hay pocas películas que merezcan tanto el calificativo de "obra maestra" como ésta. (Des films au poil)

Película no estrenada comercialmente en España. 

Reparto: Deborah Kerr, Sabu, David Farrar, Flora Robson, Esmond Knight, Jean Simmons, Kathleen Byron. 


viernes, 3 de mayo de 2024

Indiscreta (Indiscreet, 1958). Stanley Donen

Una famosa actriz conoce a un elegante y rico hombre de negocios y ambos se sienten inmediatamente atraídos. Él le confiesa que está casado y que su esposa se niega a concederle el divorcio. A pesar de todo, mantienen una feliz y romántica relación.

No es cine puramente considerado, en sus valores genuinos, lo que presenciamos, pero sí una modalidad interesante, sobre todo cuando se logra como en esta ocasión sucede. (...) No ha intentado Stanley Donen separarse del trazado teatral, ni se lo permitía ciertamente el guión de Krasna, y se ha limitado a servir la acción dialogada con una ambientación feliz, animada por los decorados de gusto exquisito y el excelente colorido. Hay algun pasaje puramente cinematográfico, como el del paseo de los enamorados seguidos del lujoso automóvil, y el de la fiesta, en cuyas escenas los intérpretes-protagonistas hacen alarde de sus admirables dotes. (...) La película resulta sumamente divertida y sin duda será muy celebrada. (Donald en ABC del 15 de septiembre de 1959)

Comedia, por consiguiente, ligera, con buena arquitectura teatral, con personajes chispeantes, pero falta de cierta realidad y, sobre todo, veracidad. La realización técnica de la cinta sí puede catalogarse con las mejores de su género. Stanley Donen ha acertado en el planteamiento de todas las escenas que, repetiremos hasta la saciedad, están ligadas al teatro, y ha conseguido una buena película (...) El público salió muy complacido de la película, y en especial las mujeres, que tanto les agradan estos temas y que son las que nos embarcan a esta clase de espectáculos. (G. de la P. en Pueblo del 15 de septiembre de 1959)

En “Indiscreta” todo es amable y seductor, como corresponde al género de la “alta comedia”: los chispeantes diálogos, los decorados, los personajes (...) Alguien ha dicho de esta comedia que su único defecto es que està demasiado bien. Todo resulta, en efecto, tan medido, tan elegante, tan brillante, que más que emoción produce maravilla. Ingrid Bergman y Cary Grant no son los protagonistes del film, sino todo el film. (A. Martínez Tomás en La Vanguardia del 3 de octubre de 1959)

Donen ofrece una clase magistral de lo que supone amoldarse al género de la comedia romántica, y lo hace siendo fiel a su estilo, entregándose a unos actores que adaptan a sus respectivas personalidades la historia escrita por Norman Krasna, y que deambulan por unos escenarios grandiosos y exclusivos propios de los musicales de Donen tratados con la colorista y expresiva fotografía de Freddie Young, sombría cuando las nubes amenazan a la pareja, y luminosa y alegre cuando la felicidad -o lo que sea- triunfa. (39 escalones)

En suma, Indiscreta es una comedia convencional sobre lo que Hollywood supone que son los modales de la clase alta, pero está interpretada con el viejo estilo de comedia que los cineastas estadounidenses parecen haber olvidado en los últimos años. El director Donen merece una sonora aclamación. Ingrid Bergman, siempre agradable de ver, es absolutamente competente en el primer papel de comedia que interpreta para Hollywood. Y Cary Grant es único en su clase cuando se trata de regalar un yate a una chica. (Revista Time del 21 de julio de 1958)

Las estrellas de Encadenados (Notorious, 1946), Ingrid Bergman y Cary Grant, se reúnen para la película de Stanley Donen de 1958, con un título que puede ser o no una alusión a la obra maestra de Hitchcock. La acción también transcurre en cierto modo paralela: Bergman está enamorada de Grant, pero éste le da largas por razones que siguen siendo misteriosas. Una fina comedia ligera, con inesperados momentos de seriedad, marcada por el toque Donen en su aventurada puesta en escena y actuaciones vivaces. (Dave Kehr en Chicago Reader)

Indiscreta tarda más de una hora en pasar de la tontería romántica de corazones y flores a la comedia, con resultados mucho más moderados considerando el elenco y el equipo involucrados. El guionista Krasna, adaptando su propia obra, llena Indiscreta con esas falsas matronas de la alta sociedad, políticos y empresarios del viejo mundo que sólo existen en las películas, pero luego no logra capitalizar los estereotipos, haciendo de Indiscreta una prueba aparentemente interminable de palabrería sin sentido. Siguiendo el guión inerte de Krasna en cada paso del camino, el director Stanley Donen (a kilómetros de la impresionante Dos en la carretera de nueve años después) coloca su cámara firmemente en plano medio y deja que los actores reciten sus diálogos; es un diseño visual extremadamente aburrido, con énfasis en los primeros planos para maximizar el poder de las estrellas de la película. (Paul Mavis en DVD Talk)

En resumen, aquellos que esperen una cima de la comedia americana (como ha habido un cierto número desde el inicio del cine sonoro, firmadas por Leo McCarey, Frank Capra, Ernst Lubitsch, Gregory La Cava, Billy Wilder, Preston Sturges...) se arriesgan bastante a la decepción porque todo resulta un poco plano, el guión a veces da vueltas y los artificios del teatro filmado no han envejecido muy bien aquí. Quienes, en cambio, sólo esperan una cosa, pasar un rato agradable, no deberían lamentar la visión de esta obra filmada, ciertamente demasiado suave y convencional, pero no exenta de elegancia, sobre todo porque está realzada por un magnífico tema musical melancólico y embriagador de James Van Heusen y Sammy Cahn (una melodía que Frank Sinatra debería haber interpretado durante los créditos pero, para aquellos que se sientan frustrados, la podemos encontrar en alguno de sus álbumes). Aunque sea menor en las respectivas filmografías del cineasta y sus dos intérpretes, Indiscreta es una comedia que hay que saborear en cualquier caso por el encanto que desprenden los intérpretes. (Erick Maurel en DVD Classik)

Lo que podemos reprochar a la película es, en última instancia, ser víctima de su dispositivo: se basa en situaciones cómicas (a menudo deliberadamente) débiles que no permiten que se libere la risa y oscila indecisa entre el drama conmovedor y la comedia romántica a la antigua usanza. Stanley Donen parece decirnos esto: colgar un lienzo de arte moderno en una sala de estar de lujo pero anticuada no es suficiente para modernizarla; asimismo, jugar con convenciones pasadas de moda no es suficiente para hacer de Indiscreta una película transgresora. Si las comedias de Billy Wilder todavía funcionan tan bien es porque su producción logró liberarse de la censura creando ambigüedad y subversión dentro de un marco moral restrictivo. Al mostrar los defectos y las contradicciones de un sistema al borde de la obsolescencia, Stanley Donen necesariamente limita el alcance de su película. (François Giraud en Critikat)

Stanley Donen retoma a la legendaria pareja de Encadenados y organiza un romance filmado al estilo teatral, donde los actores principales, vestidos por Christian Dior, interpretan personajes y situaciones que pueden parecer convencionales, pero no nos equivoquemos: este entretenimiento, llevado por el carisma de sus actores protagonistas, Cary Grant e Ingrid Bergman, es mejor que el relativo olvido en el que poco a poco ha caído, si lo comparamos con un clásico firmado por el mismo Donen, la magnífica Charada estrenada en 1963. (Â voir, à lire)

Película estrenada en Madrid el 14 de septiembre de 1959 en el cine Palacio de la Música; en Barcelona, el 2 de octubre de 1959 en los cines Astoria y Cristina; en Palma, el 3 de diciembre de 1959 en las los cines Palacio Avenida y Sala Astoria.

Reparto: Cary Grant, Ingrid Bergman, Cecil Parker, Phyllis Calvert, David Kossoff, Megs Jenkins.