Me enamoré de una bruja (Bell, Book and Candle, 1958). Richard Quine
Gillian Holroyd (Kim Novak), miembro de una saga de hechiceros, entre los que se encuentran su tía Queenie (Elsa Lanchester) y su hermano Nicky (Jack Lemmon), se enamora locamente de un famoso editor, Sheperd Henderson (James Stewart), que está a punto de contraer matrimonio. La joven bruja no duda en utilizar uno de sus conjuros para conseguir que Sheperd deje a su prometida y se rinda a sus encantos. Todo sale según lo previsto pero, poco después, Gillian le confiesa la verdad sobre sus poderes a Shepherd que, indignado, pide ayuda a la extravagante señora De Pass para que rompa el hechizo. Tía Queenie toma cartas en el asunto e intenta utilizar la más poderosa magia para reunir a la pareja: el amor.
Una película original, por la forma de presentar un tema
complicado y de supuestas hechicerías, por los magníficos fotogrames y por los
admirables efectos del tecnicolor en muchas escenas. Aunque la historia venga a
ser poco más o menos un cuento de brujas moderno, está descrita con humorismo y
gracia, que las sonrisas y muchas veces las carcajadas afluyen espontáneas ante
las absurdas y sobrenaturales peripecias de los protagonistas y sus colaboradores,
relatadas con ingenioso y donoso lenguaje en expresivos fotogramas. (M. Planas
en La Vanguardia del 19 de julio de 1959)
En “Me enamoré de una bruja” hay un evidente propósito de entretenery divertir, que no siempre se logra,
seguramente porque Taradash, autor del guión, no supo dosificar
convenientemente las escenas cómicas y las sentimentales, y lo que debió ser
una pura broma las más de las veces lo es sólo a medias. La verdad es que no se
puede, no se debe tomar en serio nada de cuanto ocurre en el “film”, que
hubiera podido ser un graciosísimo disparate llevado a un ritmo más igual, más
entonado, desde el principio al fin. Así, si a veces el diálogo es vivo,
ingenioso y ocurrente y divierten muchas de sus escenas, otras –bastante numerosas
también- resultan, en cambio, lánguidas y premiosas, con evidente perjuicio del
conjunto. (G. Bolín en ABC del 8 de septiembre de 1959)
Adaptación de una obra teatral de John Van Druten -autor especialmente recordado por "Old Acquaintance"-, en la que se propone una comedia sentimental con elementos fantásticos. Pertenece a la etapa de despegue en la filmografía de su malogrado director, cuando empezaba a conseguir su registro más brillante. La historia se aprovecha a través de unas excelentes interpretaciones y de un tono notablemente incisivo. (Fotogramas)
El fascinante trabajo cromático, cortesía del gran James Wong Howe, dota de unas brumosas tonalidades al color, como si habitáramos un cuento de hadas contado a la vera de la lumbre de la chimenea, o nos desplazáramos en una realidad entremedias, un escenario transfigurado, a través de una mirada singular, la de Gil, que vive en el artificio de su universo aparte, más un escenario, como su extensión, ese particular club de cariz bohemio. Es como si habitara más bien una vida sublimada, a la que intenta dotar de cuerpo (por tanto ajustar la realidad al deseo): aspira a unas alturas como evidencia esa elipsis tras el beso que los sitúa en lo alto de un elevado edificio. (Alexander Zárate en El cine de Solaris)
Las chicas guapas en las películas han hechizado desde siempre a sus novios tontos con tentaciones y dispositivos que son mágicos, hasta donde el público puede darse cuenta. Así que el asunto de la obra de teatro de John van Druten, que se ha utilizado como base para esta película -una mujer experta en brujería- es realmente bastante tonto y banal y, tal como lo ha reducido Daniel Taradash en un guión dirigido por Richard Quine, no se distingue por ninguna brujería o volatín especial. Sin embargo, la producción de Julian Blaustein de esta comedia romántica ligeramente sobrenatural es tan elegante y con una fotografía tan fascinante que la distingue de cualquier comedia romántica que hayamos visto este año. Desde la tienda de la heroína, que es comerciante en arte primitivo, hasta un club nocturno lleno de humo en Greenwich Village, donde se reúnen las brujas locales y sus aprendices, es visualmente atractiva y sugerente. (Bosley Crowther en The New York Times del 27 de diciembre de 1958)
No hay nada que pueda igualar el sorprendente e inquietante primer plano de Gillian mientras lanza su hechizo de amor sobre Shep, sosteniendo a su familiar gato Pyewacket debajo de su nariz, sus profundos ojos azules y los del gato mirando a la cámara, su cara iluminada con un brillo de otro mundo. Es la imagen más emocionante de la película y la única que realmente explora la cualidad mágica que realmente está en el centro de la historia. Este es el único momento en el que parece que está sucediendo algo mágico, ya sea en términos cinematográficos o narrativos. Es un plano magistral. La curva de las orejas negras del gato enmascara la mitad inferior del rostro de Novak, dejando que sus ojos brillen intensamente de forma aislada, reflejados en la mitad inferior del marco por los propios ojos azules del gato. (Ed Howard en Only the Cinema)
Ha habido algunas interpretaciones interesantes de Me enamoré de una bruja y la subcultura que presenta. Dependiendo de con quien hables, los brujos pueden representar a los comunistas que tienen que vivir en secreto en los Estados Unidos de McCarthy o a la clandestinidad homosexual que tiene que vivir en secreto en un país donde sus actividades son igualmente ilegales. Pero en realidad, se parecen mucho más a los beatniks, con todas la pretensiones que acompañan a ese estilo de vida, todavía apartados de la sociedad "normal" pero que menosprecian a la gente corriente que no los entiende. (Graeme Clark en The Spinning Image)
Esta película, realizada con un ritmo bastante despreocupado, está bañada en una atmósfera acogedora proporcionada por los decorados, la música de jazz de George Duning y la hermosa fotografía de James Wong Howe. Una hermosa puesta en escena, que resulta verdaderamente soberbia cuando Quine alegra la obra con secuencias fuera del apartamento: escenas de vagabundeos nocturnos por las calles nevadas; o la fabulosa escena del primer beso seguida de un travelling ascendente, acariciando en un plano general a Nueva York al amanecer bajo la nieve, y que finaliza con una visión de la pareja abrazada en lo alto de un edificio. ¿Y qué hay de ese magnífico primer plano del rostro lloroso de Kim Novak (lágrimas que no podía tener mientras conservaba sus poderes mágicos)? Una de las tomas más conmovedoras de la historia del cine. (Erick Maurel en DVD Classik)
Me enamoré de una bruja, al ser una "película pequeña" no podía pretender revolucionar los estándares, pero el simple hecho de que le diera a Kim Novak la oportunidad de mantener a James Stewart bajo su influencia, como para devolverle la jugada de Vértigo, la hace un poco intrigante y simpática, aunque no demasiado interesante. Al final se queda en una película muy secundaria, una curiosidad para el cinéfilo a la caza de rarezas, que provoca un interés pasajero gracias a su jugosa anécdota, la de la efímera inversión moral de un equilibrio de poder entre dos personajes de cine, dos "estrellas" unidas entre sí por una película por lo demás mítica e importante. (Thibaut Grégoire en Le rayon vert)
Cuenta la historia que esta película dio origen a la famosa serie "Embrujada", cuyos primeros episodios datan de 1964. Es cierto que en este largometraje las brujas son amigables y benévolas, como lo serán en la serie. En realidad, la inspiración para la serie de televisión se encuentra en la película Me casé conuna bruja (1942) de René Clair. Si aceptamos o dejamos de lado el carácter fantástico de la historia, asistimos a una comedia muy simpática, bien escrita y bien filmada: la dimensión fantástica es, además, sólo un pretexto para una comedia que no hace mucho caso de los efectos especiales. Muchas secuencias se suceden con magníficas tomas de Nueva York bajo la nieve: la más llamativa es la filmada extensamente desde un rascacielos por la mañana temprano. (...) La película vale la pena por derecho propio y sigue siendo una comedia hermosa, simpática y ligera rodada en el magnífico Technicolor de finales de los años cincuenta. (Fabrice Prieur en À voir, à lire)
Película estrenada en Barcelona, el 14 de julio de 1959 en el cine Windsor Palace; en Madrid, el 7 de septiembre de 1959 en el cine Pompeya.
Reparto: James Stewart, Kim Novak, Jack Lemmon, Ernie Kovacs, Hermione Gingold, Elsa Lanchester, Janice Rule.
En el mejor estilo de las comedias clásicas.
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