Los aristócratas del crimen (The Killer Elite, 1975). Sam Peckinpah
Mike (James Caan) y George (Robert Duvall) son dos veteranos asesinos a sueldo a los que la CIA encarga trabajos muy peligrosos. Son amigos, expertos tiradores y los mejores en su profesión. La traición inesperada de George, que deja inutilizado a Mike, los separa durante cierto tiempo, pero el azar hará que se vuelvan a encontrar, aunque esta vez en bandos opuestos.
El tema está contado con la limpieza narrativa de un maestro.
Un arranque violento crea el clima desde las primeras escenas; luego se suceden
pasajes alternativos, momentos en que la acción se remansa y llega incluso a
pesar, pero el espectador puede estar seguro de que siempre hay en la recámara
una nueva explosión de furia combativa. Secuencias como la fuga del barrio
chino y escenarios como la flota de reserva de los Estados Unidos, ponen de
manifiesto la bien probada originalidad de este realizador. Sin embargo, “Aristócratas
del crimen” (...) se queda, en nuestra opinión, muy por debajo de la obra
anterior de Sam Peckinpah. (Hermes en
ABC del 13 de agosto de 1976)
Sam Peckinpah sabe llevar con gran habilidad este doble
juego, que ofrece variadas ocasiones para los estallidos de violencia más
inesperados. También Io personajes se mueven dentro de la oscura y siniestra
maraña, imprimiendo a ésta un interés apasionante. Pero en su conjunto. el
filme no alcanza la alta tensión de otras realizaciones de este cineasta. En
ocasiones, no nos parece siquiera que sea el mismo que realizó La balada de Cable Hogue, Perros de paja y Grupo
salvaje. Hay muchas secuencias en las que queda bien impresa la impronta
original de Peckinpah, su audacia expresiva, su caligrafía vigorosa. Pero no
siempre es así. (A. Martínez Tomás en La Vanguardia del 18 de noviembre de
1976)
Patente muestra de la decadencia de su director a través de una historia que mezcló la tradición de las intrigas de espionaje con el Kung Fu. El conjunto tuvo una resolución realmente aparente, pero no consiguió superar el lastre de sus ínfimas propuestas. (Fotogramas)
Los problemas con el alcohol y las drogas sumados a un desinterés casi completo por parte de Peckinpah tal vez fueron las razones por las que ahora pasado el tiempo ‘Los aristócratas del crimen’ sea casi insoportable, aún vislumbrando en ella un intento de cambiar algo en su cine, de satirizarlo más, de pasarse incluso un poco de rosca dentro de las convenciones del cine de acción de Hollywood. (...) El conjunto que posee un tono demasiado serio, quizá provocado durante el montaje —en el que incomprensiblemente sale acreditado Monte Hellman, a quien Peckinpah admiraba— en el que eliminaron gran parte de las ideas del director, así como un rebaje sustancial en la escenas violentas. (Alberto Abuín en Espinof)
Hay momentos de interés, algunos buenos diálogos, algunas situaciones interesantes, pero nada encaja del todo. La trama se vuelve tan irremediablemente enredada que nosotros (¿y Peckinpah?) dejamos de intentar encontrarle sentido, y luego la película simplemente termina. Sin embargo, tiene algunos detalles. (Roger Ebert)
La crítica Pauline Kael, en una reseña de 1976 para The New Yorker, describió la carrera de Peckinpah como una batalla constante con los jefes de los estudios que constantemente intentaban arrebatarle las películas que hacía, exigiendo cambios más acordes con su forma de pensar que con la suya. Como resultado, siguió haciendo películas que tratan más sobre esa batalla que sobre cualquier trama melodramática que pueda estar involucrada. “No hay manera de encontrarle sentido a lo que sucede en las películas recientes de Peckinpah”, escribió, “si uno mira sólo sus historias superficiales. Ya sea conscientemente o, en mi opinión, en parte inconscientemente, ha estado destruyendo el contenido superficial”. Según Kael, "Peckinpah alardea en The Killer Elite y dice: 'No importa lo que me hagáis, mirad la forma en que puedo hacer una película'". (John M. Whalen en CinemaRetro)
Un proyecto notablemente menos personal, The Killer Elite (United Artists) ya ha
sido condenado por una serie de pecados inversos: el comercialismo
estereotipado de sus ingredientes de trazo grueso y su trama heredada sobre la
suciedad que se aferra a las manos de cualquiera que se meta con la moderna
política del poder. Sin embargo, es inequívoco que la melancolía de las dos
películas anteriores (Pat Garret and
Billy the Kid y Bring Me the Headof Alfredo García) se filtra a través
del material, grabando el cinismo político más profundamente que Los tres días del Cóndor y otros
recientes y confusos exponentes del género y proyectando un aura lamentable de
vidas desperdiciadas detrás de cada uno de los personajes, incluso mientras los
encierra en una excentricidad autosuficiente. El resultado es un
entretenimiento extrañamente disonante y convincente, un entrecruzamiento
inquietante de la fantasía de Chinatown
Nights y la meditación dispéptica sobre figuras firmemente arraigadas en su
paisaje contemporáneo. (Richard Combs en Sight and Sound de abril de 1976)
Aristócratas del crimen, si no figura entre los éxitos indiscutibles del cine de Peckinpah, puede considerarse ante todo un entretenimiento agradable, pero también y sobre todo reserva algunas sorpresas si estamos atentos a la voz en sordina de un cineasta en completo desorden. Detrás de una escenografía un tanto desaliñada y manejando un humor negro tendente a una vana subversión, se vislumbran los inicios de un nihilismo visceral que impregnará su siguiente película: La Cruz de Hierro, película bélica y última obra maestra de un idealista loco y maldito, en los márgenes de su profesión pero no de las cuestiones históricas y sociales de su país. (Ronny Chester en DVDClassik)
Película encargada a Sam Peckinpah después de su película más íntima y personal, a saber, Bring Methe Head of Alfredo García (1974), The Killer Elite (1975) es una demostración sorprendente de que un cineasta consumado logra infundir su universo en otro preexistente con un marco ficcional de temas que inicialmente no le pertenecen. Sam Peckinpah sabe distanciarse de la propia trama, con microescenas de autodesprecio como el ataque en el aeropuerto, mientras que la secuencia principal es lo contrario al registro cómico. Asimismo, hacer que el personaje principal de una película de acción sea un hombre con una discapacidad física es también una manera para el cineasta de tener en el centro de la ficción un alter ego que recuerda las limitaciones de un proyecto cinematográfico con el que se toma grandes libertades. (Cédric Lépine en Le Club de Mediapart)
Sin embargo, Peckinpah transforma este encargo en un trabajo bastante personal. Su pesimismo y ciertos aspectos (papel de la videovigilancia, tema de la traición) anuncian la superior The OstermanWeek-End (1983), su última película realmente interesante. El final, en la medida en que se desarrolla a bordo de un barco que sale de la bahía de San Francisco y en la medida en que el hombre al timón manifiesta un deseo total de escapar, me hace pensar en esta fuga mental y física, vivida en el mismo lugar por el actor Sterling Hayden, admirablemente relatada en su sorprendente autobiografía TheWanderer publicada en 1963. Peckinpah ciertamente conocía este libro y creo que quería rendirle homenaje con este guiño. (Francis Moury en DVDFr)
Película estrenada en Madrid el 11 agosto de 1976 en Real Cinema; en Barcelona, el 15 de noviembre de 1976 en el cine Pelayo.
Reparto: James Caan, Robert Duvall, Arthur Hill, Bo Hopkins, Burt Young, Mako, Gig Young.
En efecto, no es el Peckinpah más reconocible, aunque siempre deja su sello.
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