Adaptación de la novela homónima de John Le Carré, ambientada en la época de la Guerra Fría. Barley Scott Blair (Sean Connery), un editor británico que se encuentra en Lisboa, se dedica más a la bebida que a atender a los distribuidores rusos de sus libros. Un día lo aborda un agente de la CIA que le pide que sirva de enlace con una bella espía (Michelle Pfeiffer) que puede proporcionarle unos importantes manuscritos de un disidente ruso. La misión de Scott consistirá en intentar averiguar la veracidad y las claves de esas notas sobre el servicio de inteligencia ruso, pero se trata de una misión que puede poner en peligro sus vidas.
La casa Rusia, filme rutinario, bonito a causa de los incomparables paisajes urbanos donde fue rodado y de sus intérpretes, pero que se derrumba una vez visto. No deja ni una huella en la memoria. (Ángel Fernández-Santos en El País del 18 de marzo de 1991)
No hay villanos -sería además impolítico que los hubiera-, no hay tensión dramática, no hay sentimiento de peligro real, sólo disquisiciones éticas y un puñado de frases ingeniosas. Es curioso observar que una de las más consistentes cartas de triunfo de "La casa Rusia" se vuelve en su contra. El hecho de ser la primera gran producción norteamericana filmada enteramente en la Unión Soviética le permite explotar extraordinarias localizaciones en Moscú y Leningrado, que contribuyen a su veracidad. Pero su empleo decorativo, relamido, acaba creando una fastidiosa atmósfera de postal turís-tica.(José Luis Guarner en La Vanguardia del 31 de marzo de 1991)
La adaptación que Tom Stoppard ha hecho de la novela, con acomodaticio final feliz sustituyendo al original, es, además de artificiosa, confusa, lo que no ha faci-litado las cosas al tan pretencioso como inhábil realizador Fred Schepisi, que se pierde entre los esteticistas alardes de puesta en escena y el poco menos que documental turístico en que se convierten las secuencias de exteriores, posiblemente fascinado por el hecho de ser el primero en rodar en calle y plazas de, sobre todo, Moscú y Leningrado con toda libertad, aunque dada la escasa en-tidad del filme en sí mismo, acabe, con todo, por ser este aspecto visual uno de sus pocos alicientes. (César Santos Fontenla en ABC del 6 de abril de 1991)
A juzgar por esta película, la vida de un espía de la Guerra Fría consiste en sentarse durante horas interminables en salas insonorizadas con gente que no te agrada especialmente, esperando que suceda algo. Es como ser un crítico de cine. (Roger Ebert)
La novela de espionaje de la era glasnost de John le Carre se ha convertido en un entretenimiento inteligente para adultos, pero el tono sombrío, la falta total de acción y sexo y la complejidad de la trama le inclinan principalmente hacia la audiencia de alto nivel. (Variety)
Hay evidencia del ingenio del Sr. Stoppard en el diálogo, pero sus frases no son fáciles de pronunciar, lo que no quiere decir que sean inpronunciables. Son torpes. A veces incluso resultan demasiado maduras, como cuando el personaje de Pfeiffer, recordando una historia de amor, le dice a Barley que perdió su inocencia la misma noche que los tanques soviéticos entraron en Praga. La estructura narrativa es un desastre. Si es responsabilidad del Sr. Stoppard, del Sr. Schepisi o de los montadores de la película, que trabajan de forma independiente, no tengo ni idea. Con frecuencia es inescrutable. (Vincent Canby en The New York Times)
La trama se vuelve innecesariamente compleja al mantener las cosas confusas y el final color de rosa es un poco exagerado. Pero a pesar de todos sus puntos bajos, es un film entretenido e insiste en cómo los burócratas de sangre fría con trajes grises mantienen la carrera armamentista por encima del clamor de aquéllos que quieren que el mundo actúe de forma más racional cuando se trata de armas de destrucción masiva. (Dennis Schwartz)
Película estrenada en Madrid el 15 de marzo y en Barcelona el 20 de marzo de 1991.
Reparto: Sean Connery, Michelle Pfeiffer, Roy Scheider, James Fox, John Mahoney, Michael Kitchen, J.T. Walsh, Ken Russell.