viernes, 14 de marzo de 2025

El festín de Babette (Babettes gaestebud, 1987). Gabriel Axel


Siglo XIX. En una remota aldea de Dinamarca, dominada por el puritanismo, dos ancianas hermanas, que han permanecido solteras, recuerdan con nostalgia su lejana juventud y la rígida educación que las obligó a renunciar a la felicidad. La llegada de Babette, que viene de París, huyendo de la guerra civil, cambiará sus vidas. La forastera pronto tendrá ocasión de corresponder a la bondad y al calor con que fue acogida. Un premio de lotería le permite organizar una opulenta cena con los mejores platos y vinos de la gastronomía francesa. Todos los vecinos aceptan la invitación, pero se ponen previamente de acuerdo para no dar muestras de una satisfacción que sería pecaminosa. Pero, poco a poco, en un ceremonial intenso y emotivo, van cediendo a los placeres de la cocina francesa. Adaptación de un relato de Isak Dinesen (Karen Blixen).

Hablemos del menú: sopa de tortuga gigante, blinis Demidoff, codorniz en sarcófago con foie gras y salsa de trufa, ensalada de endivias con nueces, quesos, savarin y macedonia de frutas heladas, fruta fresca, baba al ron. Hablemos de alcohol: jerez amontillado, champagne Veuve Cliquot 1845, vino tinto Clos de Vougeot 1845, marc de Champagne. Sin olvidar el agua y el café.

Hay que dejarse llevar por la técnica de Axel, de pinceladas cortas, por su precisión aparentemente espontánea, por su rigor disfrazado de naturalidad. La cámara, a sus órdenes, se mueve lo justo, para que el ritmo narrativo se mantenga sin distorsionar la atmósfera de insinuaciones, de buscadas medias tintas, donde conviven las esperanzas incumplidas, las decepciones resignadamente aceptadas, las alegrías secretas. Hasta alcanzar una especial temperatura dramática donde los intérpretes –a  la cabeza de los cuales se sitúa, por calidad y oportunidades de lucimiento, una contenida y eficaz Stéphane Audran, perfecta encarnación de Babette- se mueven con verosimilitud y fluidez. (Pedro Crespo en ABC del 24 de julio de 1988)

Todo ese sutil entramado de ironías se manifiesta en la larga y memorable secuencia de la cena —el gran clímax de la película— donde, entre delicados manjares y los mejores vinos, las hermanas, el general y la cocinera comprenden finalment su destino. Porque esta cena, que al final descubriremos como un gesto autárquico y un acto de afirmación artística, es una lección de vida y una lección de arte. Sería injusto silenciar el excelente trabajo de los intérpretes —suecos, noruegos, daneses— con la francesa Stéphane Audran al frente; no sin emoción, se reconoce, en una breve silueta de viuda, a Lisbeth Movin, inolvidable protagonista de la película de Dreyer “Dies Irae” hace cuarenta años. (José Luis Guarner en La Vanguardia del 27 de septiembre de 1988)

La oposición entre dos concepciones del mundo -la austeridad luterana nórdica y la sensualidad católica más o menos mediterránea- en una perceptiva adaptación de un relato de Isak Dinesen. Planteada como si de una miniatura se tratara, el sentido por el detalle irá revelando la riqueza de una realidad que va más allá de sus diversas concepciones. (Fotogramas)

Esta historia engañosamente modesta, con sus colores tranquilos y personajes contemplativos, en realidad rebosa de contrastes y dinámicas sutiles. El ardor eterno del artista rivaliza con el fuego frío de la negación puritana. Por serio que suene, Axel y su excelente elenco interpretan la irónica obra original de Dinesen con gran encanto resultando una comedia suave. La cuestión, quizás, es que eres lo que comes. (Rita Kempley en el Washington Post del 8 de abril de 1988)

Lo que hace especial a El festín de Babette es su elegante y discreta sutileza. Axel no recurre al histrionismo ni a las revelaciones dramáticas. Su película, de hecho, se desarrolla de una manera que invierte la técnica habitual: empieza expresando más y termina expresando menos. El inicio de la película, que presenta la historia de Martine y Filippa en flashback, está narrado por Ghita Nørby, presumiblemente leyendo la prosa original de Dinesen. La voz en off prácticamente desaparece para cuando llega la cena de Babette. El drama se convierte en una especie de coma alimentario, liberando las tensiones internas al aflojarse el cinturón. (Jamie S. Rich en DVD Talk)

En cierto modo, la película propone espiritualmente un pequeño oasis utópico en la península danesa. Las hermanas son amables con Babette, una refugiada francesa, y Babette, a cambio, es generosa. El pequeño grupo de lectores de la Biblia es testarudo y voluble, pero mejor gracias a su fe y comprensión. Al acercarse el centenario del cumpleaños del pastor, las hermanas temen que su grupo se esté desintegrando por pequeñas disputas. Sin dar explicaciones a sus pragmáticas e inflexibles señoras, Babette trae el asombroso poder de la cocina francesa a este lugar donde se come pescado hervido desaliñado y gachas de pan empapadas en cerveza. Sus creaciones inspiran felicidad y armonía. Una anciana descubre el placer del buen vino, y otra le da a su esposo un cálido beso, como si los años se hubieran derretido. El viejo soldado pronuncia un conmovedor discurso de amor que compensa una vida solitaria, arrepentido pero aceptando el destino y las decisiones que uno toma y con las que debe convivir. Es apropiado que los invitados a la cena regresen a sus casas bajo un cielo estrellado y se tomen de las manos alrededor del pozo como niños. (Glenn Erickson en DVD Savant)

Esta contaminación de lo extraño, de lo aterrador, en un universo regulado y racional es característica de este género que la novelista se ha reapropiado. A partir de este punto preciso, un cierto naturalismo se desvanece: gracias a las escenas de preparación de la carne, gracias a esta omnipresencia del fuego, de las cuchillas y de la carne, escenas concluidas por la procesión surrealista de un carro lleno de despojos y de sangre, entramos en una reflexión artística. Porque lo que distingue a Babette, lo que la convierte en artista, es que consigue hacer bello lo que antes nos han mostrado como feo. Esta sublimación reduce a la nada los miedos de los que son víctimas los invitados de Babette. Es durante la cena cuando el director se vuelve burlón: los miembros de la comunidad ya no tienen otra arma, frente a lo que resulta ser divinamente bueno, que el lenguaje ("El lenguaje está hecho para rezar", "Haremos como si nunca hubiéramos tenido el sentido del gusto"). Ellos mismos no lo creen. Nosotros tampoco: sus paladares y sus sonrisas los delatan. La fotografía de esta escena, además, suaviza y utiliza la luz de las velas para dar a los rostros colores cálidos y humanos. (Florian Bezaud en DVDclassik)

El gran éxito de Gabriel Axel proviene de la precisa distancia que la cámara mantiene de principio a fin. Sin autocompasión, el director evita el retrato condenatorio de una sociedad arcaica, conservando sólo arquetipos sacados de un cuento infantil. Con humanidad, la cámara acaricia sin ser descarada y nos permite imaginar lo que cada personaje pudo haber dejado atrás. Al final no sabemos nada sobre el pasado de cada uno, a excepción de algunos bellos flashbacks antiguos que explican el aislamiento progresivo de estas dos ancianas hermanas, a quienes, sin embargo, la vida había decidido sonreír. La temporalidad tan particular que emerge de El festín de Babette la mantiene alejada del academicismo ilustrativo. Bajo el lienzo congelado en el pasado, algo aún vibra. Es hacia este punto de vida que se dirige íntegramente la película, esta fiesta anunciada en el título que devuelve a cada uno a su presente. El placer entonces sentido parece romper el hechizo de un embalsamamiento con el que el director juega con sobriedad. (Clément Graminiès en Critikat.com)

Poema gastronómico, elogio onírico del poder de los bellos sabores sobre los estados de ánimo sombríos, este festín no impone, sin embargo, su metáfora tan fácilmente. Babette, interpretada por Stéphane Audran, no ha perdido nada de su misterio. Discreta hasta un punto desconcertante, sólo se expresa cuando cocina, durante un festín único. "¡Es típicamente francés!" añade Gabriel Axel. "¡Una buena comida y se hacen las paces!" (Noémi Luciani en Le Monde del 18 de diciembre de 2012)

Película estrenada en Madrid el 20 de julio de 1988 en los cines Amaya y Alphaville; en Barcelona, el 17 de septiembre de 1988 en los cines Capsa y Florida.

Reparto: Stèphane Audran, Birgitte Federspiel, Bodil Kjer, Jarl Kulle, Jean-Philippe Lafont, Pouel Kern, Ebba With, Erik Petersen, Hanne Stensgaard, Gudmar Klöving, Ghita Norby.