Michael O'Hara (Orson Welles), un marinero irlandés, entra a trabajar en un yate a las órdenes de un inválido casado con una mujer fatal (Rita Hayworth) y queda atrapado en una maraña de intrigas y asesinatos.
Realizada en 1947 por el gran Orson Welles en su época de mayor esplendor creativo, fue tratada muchas veces cómo una obra menor en su filmografía. Nada más lejos de la realidad, porque esta película es una auténtica muestra del buen hacer de este genio del cine. Y al igual que el personaje de Welles se sentía atraído por la fascinación de Rita Hayworth, el espectador queda atrapado desde el primer minuto al último, por el enorme poder de fascinación que la película posee en absolutamente todos sus aspectos. Y es que uno de los mayores logros de Welles, fue el de saber combinar todos los elementos de los que disponía para acabar realizando un film casi inclasificable. Su guión, enormemente conciso, lleno de giros, y cargado de diálogos sublimes dignos de ser enmarcados. Atención a la conversación final entre Welles y Hayworth, absolutamente impagable. Su narración, con una fuerza pocas veces vista, y un enorme gusto por lo extraño, por decirlo de alguna manera. Ya el inicio es extraño, con una situación aparentemente forzada, pero que engancha rápidamente al espectador, gracias al poder de sugestión que poseen las imágenes de Welles. (Alberto Abuín en Espinof)
La dama de Shanghai es, para bien y para mal, la película de un genio. Welles pone en marcha una película cuyo argumento es intricado y laberíntico, de ahí que no tenga más remedio que acabar en esa especie de laberinto de espejos que ejemplifica a la perfección varias ideas de la película: el reflejo deformante de la realidad o las apariencias, la diversidad o multiplicidad de miradas hacia las cosas y lo enrevesado no solo de los pensamientos e intenciones de los personajes, sino también de la propia película. Esto no quiere decir que sea confusa, que no se pueda seguir con facilidad. Todo lo contrario. Uno puede introducirse sin problema en su maraña narrativa, porque en el fondo es bastante simple. Pero Welles parece querer, ya sea como trabajo de reescritura o como irónica mirada hacia el género, realizar un noir en el que todos sus elementos constitutivos quedan expresados en todo su esquematismo, evidenciando estos de tal manera que La dama de Shanghai parece casi un pastiche del género con su femme fatale, su honrado y moral protagonista, sus codiciosos y cínicos villanos, su mirada a un mundo de lujo por fura pero podrido por dentro, su trabajo lumínico de claroscuros… (Israel Paredes en El Plural)
Orson Welles consigue en La dama de Shanghai una atmósfera de amenaza tanto más asfixiante cuanto más indeterminada es en su origen y en su despliegue. El espectador tiene pronto la convicción de que está asistiendo a la representación de un destino funesto, si bien ignora las causas profundas que hacen inevitable la tragedia. Es cierto que el remolino está infectado de tiburones sedientos de poder y de sangre, y que la ambición desborda nítidamente los cauces del cinismo, pero al mismo tiempo esos tiburones, que se arrancan la carne a dentelladas unos a otros, aparecen tan frágiles y desesperados que el espectador llega a tener fácilmente piedad de los depredadores. (Rafael Argullol en El Cultural)
Con estos preliminares, parece evidente que el resultado no podía ser otro que el de una obra irregular y muy lejos de la perfección, pero seguramente es justamente esta imperfección (unida al genio de su director, condenado a partir del fulgurante éxito de Ciudadano Kane a levantar sus proyectos en las condiciones más adversas, en uno de los más trágicos ejemplos que se han dado en la historia del cine de cómo la peor de las maldiciones puede suceder a la mayor de las glorias en el firmamento hollywoodiense) la que confiere el sentimiento de extrañeza y, a la postre, de fascinación que provoca cada nuevo visionado del film. (Cinema esencial)
El lenguaje barroco de Welles es de una belleza y de una riqueza insuperables. Abundan los claroscuros, los escenarios complejos de filmar (el acuario) y los grandes angulares que desencajan los rostros para producirnos desasosiego. También los personajes que comparten plano fijo cuando dialogan sin comunicarse y sin mirarse, con la vista fija en un horizonte sin límites o en la frontera que marca un forzado picado. (Cinetario)
Para un hombre que tiene tanto talento con una cámara como Orson Welles y cuyos poderes de invención pictórica son tan fluidos y tan fuertes como los suyos, ciertamente tiene una forma extraña de estropear sus películas con descuido. (Bosley Crowther)
La gran película más extraña jamás hecha. (Dave Kehr)
Cada elemento de la película se impregna del desorden de los personajes como si sus estados de alma estuvieran borrando todo lo que los rodea. Welles hunde así a su héroe, Michael O'Hara (él mismo), en las profundidades del alma humana. (Critikat.com)
Destinado a ser una obra maestra, este film -como tantos otros de su autor- se vio perjudicado por las injerencias de unos productores, que limitaron sus resultados sin llegar a malograrlos. Basándose en una discreta novela de Sherwood King, Welles supo reconvertir una tradicional intriga criminal en un ìinquietante ejercicio que oscila entre la fascinación y el malestar. La fascinación emanada por una espléndida y ambivalente Rita Hayworth, y el malestar de una conseguida atmósfera malsana. (Fotogramas)
Película estrenada en España el 1 de octubre de 1948.
Título español: La dama de Shanghai.
Reparto: Rita Hayworth, Orson Welles, Everett Sloane, Glenn Anders, Ted De Corsia, Erskine Sanford.
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