lunes, 13 de octubre de 2014

Bert (1998). Lluís Casasayas


Un hombre, Albert Teixidor, busca a un amigo ornitólogo, Bernat Castell, que ha desaparecido en extrañas circunstancias en la Serra de Tramuntana de Mallorca. Poco a poco, las vivencias del amigo desaparecido se convertirán en las suyas propias en un recorrido iniciático que le conducirá a un nuevo renacer.

De la oscuridad a la luz. Así se podría resumir el argumento de esta sorprendente película llena de vericuetos y sinuosidades, situada entre la niebla y la noche. Los primeros segundos de la película sólo nos muestran una pantalla en negro con una voz en off, luego asistimos a un oscuro amanecer con el que empieza el film en un barco que llega a Mallorca. Imposible no pensar en Muerte en Venecia de Visconti. Asistimos luego al itinerario vital de un hombre que busca a un amigo desaparecido, pero el protagonista de alguna manera es un hombre fracasado en plena crisis existencial. La búsqueda, por tanto, se convierte en alguna manera en algo obsesivo y autojustificativo, pero al mismo tiempo en un deber que cumplir. La relación que mantiene con el ornitólogo desaparecido es de admiración y envidia al mismo tiempo. Ello incluye a la esposa de Castell, con la que mantiene una relación puramente telefónica y con la que parece tener una relación amorosa platónica y unidireccional. Albert o Bert irá confiando a su diario todas sus vicisitudes y reflexiones.

Nos encontramos, pues, ante una búsqueda que se irá convirtiendo en una búsqueda de sí mismo, jalonada por la aparición de las mujeres que llenan con su presencia inmutable este film: una misteriosa pintora, el fantasma de la madre del amigo y la esposa lejana de éste. Todas son sibilas que jalonan la búsqueda y que pueden aportar luces o sombras a la atormentada búsqueda de Bert. Éste, más allá de las certezas, se mueve entre falsas realidades, pistas, sueños y premoniciones. Al mismo tiempo, el abandono de sí mismo irá haciendo mella en él. Asistimos a un progresivo despojamiento interno y externo, a una penetración en una especie de noche oscura de sufrimiento y angustia de la que sólo podrá sacarle la llamada del amigo perdido (transmutado tal vez en ese sempiterno buitre negro que sobrevuela los cielos de la Serra y cuya graznido es cada vez más frecuente). La llamada del amigo provoca ese nuevo despertar y ese ascenso a una nueva luz (una ayuda recibida ya una vez anteriormente pero en circunstancias menos trascendentes). ¿Cuál es el nuevo estado al que accederá Bert tras su trasmutación? Eso es algo que el autor deja para la reflexión del espectador. La imagen de la mujer nunca vista forma parte de esa luz y tal vez de una futura misión de protección hacia ella. De una nueva vida que sólo podemos intuir.

Numerosas influencias cinematográficas y literarias pueden entreverse en el film. Pensamos en La aventura de Antonioni, por ejemplo, y en los films de viajes imposibles e iniciáticos realizados por Werner Herzog, cuya filmación es una aventura en sí misma. Esta película, por lo que vemos en pantalla, debió ser terriblemente complicada a la hora de filmarse, y después de ello el film sufrió toda una serie de vicisitudes que impidieron su exhibición hasta 16 años después de realizado. Doble itinerario, pues, el del protagonista y el de su realizador, para llegar a la luz al final de la noche oscura.

Lecturas antropológicas y esotéricas iluminan desde el fondo este viaje de desnudez y despojamiento hacia el interior de la tierra, hacia la matriz o el útero primigenio que es la caverna, para ese renacimiento o trasmutación. Ese cambio que aparece en tantos ritos desde la prehistoria hasta nuestros días. Por otra parte, es innegable la influencia del romanticismo alemán (Schubert, Novalis, la aparición del Eterno Femenino al final del Segundo Fausto de Goethe) a la hora de abordar este film inclasificable y enigmático, de una belleza innegable, tal vez oculta por el denso contenido simbólico que presenta.


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