Alfred Kralik es el tímido jefe de vendedores de Matuschek y Compañía, una tienda de Budapest. Todas las mañanas, los empleados esperan juntos la llegada de su jefe, Hugo Matuschek. A pesar de su timidez, Alfred responde al anuncio de un periódico y mantiene un romance por carta. Su jefe decide contratar a una tal Klara Novak en contra de la opinión de Alfred. En el trabajo, Alfred discute constantemente con ella, sin sospechar que es su corresponsal secreta.
Ernst Lubitsch tiene un sexto sentido. El cinematográfico.
Sabe llegar a la nota justa para crear films inolvidables de exactitud
maravillosa. Ahí están “Ángel” y “El
desfile del amor”, dos películas magníficas, a las que hay que sumar esta de “El
bazar de las sorpresas”, a la que nosotros calificaríamos de película de la suavidad.
Porque es el triunfo rotundo de lo normal. Sin desquiciamientos. Sin efectos
sensibleros. Todo justo. Medido. Normal. Y, sobre todo, humano. (...) Cámara y
decorados cumplen su cometido con perfección. Y hasta ese movimiento de comparsería
que entra y sale del almacén está graduado con difícil acierto. La cámara busca
el ángulo más difícil y llega uno a olvidarse por entero de que lo sobre la
pantalla se ve es pura fotografía, para hacernos vivir la ilusión de una
realidad. Hay momentos de emoción insuperable por su misma sencillez. (...) Al
buen éxito de esta maravillosa película contribuye en no poca medida la
excelente interpretación de un cuidadísimo reparto. (Enrique del Corral en ABC
del 27 de diciembre de 1944)
¡Qué maravillosa suavidad tiene esta película de Lubitsch! Este
es el comentario que salta a los labios apenas vista la cinta, porque «El bazar
de las sorpresas» es un alarde insuperable de normalidad, de justeza, de medida,
sin desquiciamientos en ningún sentido. Y tal vez guste más porque está uno tan
cansado de cosas insulsas y vacuas... (...) Lubitsch, con un alarde de creación
muy suyo, impregna la película entera de esa blanda atmósfera burguesa que
tanto ama. Cuida los detalles con tal sensibilidad, con tal acierto, que muchas
veces son esos detalles la clave que descubre todo lo que mil diálogos no
dirían jamás. (La Vanguardia del 31 de mayo de 1945)
Deliciosa comedia sentimental que se basa en una situación de equívoco arquetípica: un hombre y una mujer mantienen una agradable correspondencia ignorando sus respectivas personalidades. En esta ocasión, Lubitsch cambió la mordacidad por un tono más sensible. Como sucede casi siempre en la obra de este director, la maquinaria dramática funciona con una perfección casi milimétrica. (Fotogramas)
Lubitsch tiene en su haber un buen número de grandísimas películas, pero siempre sintió una especial predilección por El Bazar de las Sorpresas, algo que se nota en el tono de la película. Resulta muy interesante esa preferencia por una obra aparentemente tan pequeña viniendo de alguien que ha realizado otras más importantes y gigantescas, pero al mismo tiempo demuestra el enorme valor que puede tener un filme más modesto pero impecablemente realizado. Es uno de esos filmes en que se percibe el cariño que sus creadores han puesto en sus personajes y el cuidado que hay en todo tipo de detalles de puesta en escena y de guion. No queda prácticamente ni rastro de ese toque mordaz y en ocasiones cínico del antiguo Lubitsch, pero al mismo tiempo las mejores cualidades de su cine siguen estando presentes. (El gabinete del doctor Mabuse)
Una hermosa tetera con una infusión burbujeante bajo la hábil y tierna dirección del Sr. Lubitsch y con un reparto de actores genial para interpretarla suavemente. Está bien por el lado de la farsa y también por el de la absoluta seriedad. (Frank S. Nugent en The New York Times del 26 de enero de 1940)
[Los actores] están lo mejor posible y lo más ligero de todo es el tranquilo encanto con el que Lubitsch ha tomado una pequeña historia frívola a lo Ferenc Molnar y la ha convertido en noventa minutos sedosos e ingeniosos de deliciosa espuma. (Herman G. Weinberg en Sight and Sound)
Cerca de la perfección: una de las comedias románticas más bellamente interpretadas y con mejor ritmo jamás realizadas en este país. (Pauline Kael en The New Yorker)
Esta es la obra maestra de Lubitsch, una combinación inmaculada de su vivaz estilo de filmación, ingeniosas capas dispuestas de manera experta y realismo vigorizante, todo rematado con una trama secundaria romántica que ofrece una celebración abiertamente alegre del amor joven y fortuito. (David Jenkins en Time Out)
Por tanto, ¿tenemos que mirar más allá para captar toda la sal de esta película? No parece necesario, pero podemos comentar la dimensión satírica que a menudo se ha observado. En primer lugar, a diferencia de muchas comedias de Hollywood de los años 30, ésta no se basa en una diferencia de categoría social entre los protagonistas: ambos pertenecen a la clase trabajadora. Por lo tanto, el efecto de "cuento de hadas" (al revés o al derecho) no entra en juego aquí. Al contrario, ambos son conscientes y están preocupados por la precariedad de su situación. Se darán cuenta de que la integridad no es suficiente para asegurar la propia posición en un mundo del trabajo marcado por la crisis global y la omnipotencia de los patronos libres para despedir sin más. Durante una conversación, incluso descubriremos en tono lúdico una alusión al problema del acoso sexual de las mujeres en el lugar de trabajo, visiblemente omnipresente. (Stéphane Ratkovic en DVDClassik)
Es el más hermoso film de Lubitsch, porque es el más
sensible: los gags son irresistibles, pero el humor se tiñe de una deliciosa melancolia
eslava. En este embrollo sentimental, un vals de malentendidos suntuosamente
orquestado, no hay príncipes, ladrones de guante blanco o mujeres fascinantes, sino gentes del montón, frágiles, que temen al paro, a la soledad, e incluso pueden ser tentadas por el
suicidio. (Télérama)
El bazar de las sorpresas goza de un estatus especial en la obra de Lubitsch. Abandonando el glamour de la alta sociedad, el cineasta se dirige a las “pequeñas gentes” con amor sincero (el único malo de la película es un pequeño espía hipócrita cuyas maniobras saltan a la vista desde el principio). Muestra honestamente este mundo de la “tienda de la esquina” donde cuentas tu dinero a fin de mes, elogiando conmovedoramente los más mínimos gestos de solidaridad y sinceridad, como si allí encontrara una cura para la sociedad rica, estúpida y perversa de la que anteriormente pintó un retrato mordaz. "Sólo quiero una chica normal y corriente", dice Alfred, hablando de su futura novia. Para un cineasta que tuvo a las más bellas (Carole Lombard, Greta Garbo, Marlene Dietrich, Claudette Colbert), he aquí un giro que nos plantea un interrogante. (Ophélie Weil en Critikat)
Película estrenada en Madrid el 24 de diciembre de 1944 en el cine Actualidades; en Barcelona, el 30 de mayo de 1945 en el cine Tívoli; en Palma de Mallorca, en la Sala Born.
Reparto: Margaret Sullavan, James Stewart, Frank Morgan, Joseph Schildkraut, Felix Bressart, William Tracy, Sara Haden.
Dos hermanas, profesoras de música y danza (Deneuve y Dorléac), viven en la pequeña población de Rochefort y sueñan con encontrar un gran amor. Homenaje a los grandes musicales de la época dorada de Hollywood.
"Por primera vez escribí poesía –como en el pasado, con rimas y alejandrinos– y rendí homenaje a poetas que amo: Louis Aragon, Raymond Queneau, Jacques Prévert… Finalmente, lo que me fascinó fue investigar mezclándolas, las relaciones entre cine, música, pintura, literatura y coreografía”. (Jacques Demy)
“Las señoritas de Rochefort” no es una comedia musical, ni
tampoco una opereta. Su originalidad y su gracia es mucho mayor. Usando de un termino
puesto estos días de moda, puede asegurarse que es el mejor espectáculo “hit”
montado hasta ahora en Europa. Ni en el teatro ni en el cine hemos visto nada
tan agradable, de tanta belleza visual, ni tan admirablemente interpretado y
musicalizado. Michel Legrand ha superado, incluso, lo que había realizado en “Los
paraguas de Cherburgo”. (A. Martínez Tomás en La Vanguardia del 1 de diciembre
de 1967)
En esta lección a la francesa, junto a los hallazgos de “Los
paraguas de Cherburgo”, hay ecos de “West Side Story”, de “Levando anclas”, de “Un
americano en París”, de “Los caballeros las prefieren rubias” y tantas otras obras
donde Hollywood ha volcado ingenio y talento para el espectáculo. Demy añade a
esas evocaciones un concepto muy europeo, muy francés, de la comedia musical.
El resultado es un film delicioso, donde el espectador se reencuentra con un
cine cuyas intenciones son, por encima de cualquier otra, ponerle en el camino
de la alegría. (José Luis Martínez Redondo en ABC del 15 de febrero de 1968)
Tras "Los paraguas de Cherburgo", Demy se planteó un nuevo musical aunque, en esta ocasión, se inspiró en la tradición norteamericana del género. El resultado fue una obra tan irregular como atractiva, un compendio de las virtudes y los defectos de un director controvertido que ha despertado tantas adoraciones como odios. Consigue mantener el equilibrio entre cierta cursilería y una innegable frescura. (Fotogramas)
Un clásico del género musical francés, muy influido por los grandes títulos del género estadounidenses. De hecho, cuenta con la presencia de uno de los grandes, Gene Kelly, que por supuesto baila. Michel Legrand compone una banda sonora inolvidable compuesta por un sinnúmero de canciones que interpretan los personajes. Destaca también el vestuario veraniego, los colores alegres y la espléndida luminosidad. (De cine 21)
Hay que admitir que [Jacques] Demy es acusado frecuentemente de sentimentalismo... sin embargo, es capaz de una euforia tierna y nada sentimental, más embriagadora que cualquier otra obra cinematográfica en el campo de la farsa romántica. (Carey Harrison en Sight & Sound)
A pesar de la superficie siempre vivaz, hay una corriente sombría que persiste incluso cuando el amor triunfa y la música aumenta. (Keith Uhlich en Time Out)
Un musical luminoso sobre los sueños, el romance y el destino que reelabora con cariño el modelo clásico de Hollywood de "montar un espectáculo", en un ensayo sobre la montaña rusa emocional que supone ir al cine. (David Jenkins en Time Out)
Recuerda a una comedia de Shakespeare y parece aprovechar un anhelo romántico que está integrado en nuestro ADN. Absolutamente sublime. (Toby Young en The Times)
"Las señoritas de Rochefort" es otra de esas películas extrañas y fuera de lo común producidas por Mag Bodard en las que una forma alegre y convencional se estructura sobre lo que sería, en sus propios términos, una catástrofe. En "Le Bonheur" (A. Varda, 1965) se trataba de un matrimonio joven y feliz en el que la felicidad del marido aumentaba enormemente con el suicidio de su esposa. En "Benjamín" (M. Deville, 1968) trataba sobre la seducción de los inocentes, en la que la chica se acostaba con el hombre adecuado, pero se enamoraba de un libertino anciano. En "Las jóvenes de Rochefort", dirigida por Jacques Demy, que dirigió "Los paraguas de Cherburgo", también producida por la Sra. Bodard, vemos un musical que se desarrolla en un pueblo donde los soldados marchan continuamente, donde los titulares son cada día más sombríos y donde un asesino sádico forma parte del alegre elenco. (Renata Adler en The New York Times del 12 de abril de 1968)
Con su modernidad, Les Demoiselles de Rochefort hace un maravilloso uso de los matices del lenguaje y del juego de palabras. Jacques Demy es culto y, con gran precisión, insufla ritmo y poesía a sus diálogos. No se recitan, se representan. Utiliza así la prosodia en verso y las rimas femeninas o masculinas, cruzadas y abrazadas, garantía de riqueza sonora para transcribir los diferentes estados por los que pasan las heroínas, de la felicidad a la duda, de la tentación a la vacilación, finalmente de la tristeza a la alegría. (Jordan White en DVDClassik)
Dado el extraordinario impulso que Gene Kelly le da a la película, no sorprende que Demy lo quisiera desde el principio, aunque tuvo que esperar dos años antes de que Kelly quedara libre de otros compromisos. De hecho, Kelly aporta a la película el tipo de júbilo ilimitado que los musicales pueden producir, al igual que Chakiris y Dale, los otros dos bailarines estadounidenses que aparecen, aunque en menor medida. De hecho, es la combinación de este espíritu con el alma del elenco francés lo que da a Las señoritas de Rochefort su sabor distintivo. (Jonathan Rosenbaum)
Una enorme pastilla de felicidad, apetitosa y fácil de masticar: esto es ante todo la película de Jacques Demy. Imposible resistirse físicamente al entusiasmo, la vivacidad, la alegría, el optimismo del espectáculo que se nos ofrece. Los Paraguas de Cherburgo adoptaron un tono serio y triste. Hablaba de guerra, ausencia, amores olvidados. Fue un cuento de hadas para mayores, una celebración encantadora que acabó en melancolía. Con Las señoritas de Rochefort todo, por el contrario, es euforia. Desde el principio, desde nuestros primeros pasos en este pueblo donde las casas cambian de color para armonizar mejor con los vestidos de las jóvenes y el vestuario de los animadores, intuimos que el destino nos prepara uno de sus días buenos. (Jean de Baroncelli en Le Monde del 11 de marzo de 1967)
Película estrenada en Barcelona, el 30 de noviembre de 1967 en el cine Comedia; en Madrid, el 12 de febrero de 1968 en el cine Conde Duque.
Reparto: Catherine Deneuve, Françoise Dorléac, Danielle Darrieux, George Chakiris, Grover Dale, Gene Kelly, Michel Piccoli, Jacques Perrin, Henri Crémieux.
Después de haber pasado tres años en un centro psiquiátrico, Jack Andrus, un actor acabado, vuela a Roma invitado por un director amigo suyo que le ofrece un pequeño papel en una película que está rodando en los estudios de Cinecittà. Andrus acepta la oferta con la esperanza de recuperar la fama. Lo malo es que en Roma se encuentra con su exmujer, la responsable de su crisis artística y personal.
La película obedece a un tono de amplias generosidades
espectaculares. Está muy bien hecha y planteada y conseguida. La fotografía, el
color y el sonido trenzan sus virtudes para la más detallada definición de las
oscuras pasiones... La película, que es grande y ambiciosa, pesa a veces un poco
en su larga y desolada caminata. Sólo los exteriores en Roma, de noche, limpian
con su misteriosa hermosura el aire viciado que envuelve a aquellas gentes
angustiadas. Cuando el coche de Kirk Douglas, después de la pavorosa carrera
final, espléndidamente trucada, se detiene bajo la fuente purificadora, parece
que el agua desplomada que empapa al actor y le refresca, lava también,
simbólicamente, el espectacular asunto de tantas humanas impurezas. (Gabriel
García Espina en ABC del 22 de marzo de 1963)
Vincente Minnelli demuestra una vez más sus reconocidos
méritos como director. Por medio de un ritmo rápido y dinámico, logra mantenir el
film en una línea de alta tensión emocional. La cámara es movida con
superlativa destreza, ora en giros deslumbrantes, ora en momentos de premiosa
intensidad para captar la intención de cada escena y extraer las más
insospechadas posibilidades en secuencias de mayor contenido dramático. La
pantalla en Cinemascope y el color en Metrocolor –particularmente eficaz-
contribuyen a sacar el máximo fruto del tema y de la forma como es referido. Un
montaje que tiene el acierto de sintetitzar el máximo posible cada situación,
ayudado por frecuentes elipsis y por numerosos fundidos, contribuye a dar al
film la apetecida agilidad y a mantenir vivo el interés durante su desarrollo.
El dialogo es rápido, incisivo y conciso. (J. Pedret Muntañola en La Vanguardia
del 14 de abril de 1963)
Amarga y desesperada, llena de imágenes dolientes que se ocultan entre los pliegues del melodrama (...) Una obra maestra absoluta. (Miguel Angel Palomo en El País)
Inspirada prolongación de 'Cautivos del mal' (...) un insustituible documento del paso de cineastas norteamericanos por Cinecittà y por la Roma de 'La dolce vita', (...) una meditación sobre el fracaso, el compromiso y la desilusión. (José Luis Guarner)
Adaptación de una novela de Irwin Shaw que constituye uno de los títulos clave de su director, donde el melodrama se convierte en fastuoso espectáculo. Llevando hasta sus últimas consecuencias la visión del mundo del cine que ya propusiera en "Cautivos del mal", recrea un universo inicialmente artificioso para depurar sus elementos de manera que el artificio devenga arte. (Fotogramas)
Minnelli cada vez más sofisticado, y de gustos europeos (no es ajeno a las corrientes que irrumpen en Europa y a los aires nuevos de Hollywood), alardea de su uso del lenguaje cinematográfico y del buen uso de las claves del melodrama (en el que sin duda es uno de los directores estrella) para mostrar un retrato amargo de una serie de personajes que sufren porque aman, odian y viven intensamente. (El blog de Hildy Johnson)
Una de las películas más agudas y perspicaces sobre la industria cinematográfica. (Richard Brody en The New Yorker)
Todo el asunto es un montón de charlas comerciales simplistas, gruñidos románticos ridículos y poco convincentes y un extraño choque profesional entre el actor y el director que parece sacado de una caricatura de Hollywood. El guión del Sr. Schnee es tan arbitrario y sin objetivo en el desarrollo de una trama como el guión de uno de esos abarrotadas películas de romanos de Cinecittà, y el personaje que presenta para el Sr. Douglas no es más inteligible ni convincente que el de Steve Reeves en Hércules. (Bosley Crowther en The New York Times del 18 de agosto de 1962)
Todo tipo de celos, obsesiones, pasiones, arrepentimientos y dudas se entretejen a lo largo de todos los hilos argumentales del film, y Minnelli los mira a través de los ojos de un veterano de 60 años. Esta no es una exposición emocionante del mundo del espectáculo; es una mirada a una industria vieja y seca, donde los jóvenes simplemente están condenados a repetir los errores de sus antecesores. Cualquier momento de esta película puede traer un nuevo tipo de respuesta: euforia, terror, escalofríos, temblores, alegría, etc. A diferencia de cualquier otro director de su época, excepto Nicholas Ray, Minnelli resume todo esto en un uso sorprendentemente detallado del marco de la pantalla panorámica. (Jeffrey M. Anderson en Combustible Celluloid)
A diferencia de Douglas Sirk, que es mucho más sutil a la hora de enmascarar la intención de su color y la información de la puesta en escena, Minnelli no tiene miedo de decirle literalmente al público que su paleta de colores tiene significado. Al relatar lo que ocurrió la noche del accidente automovilístico y al describir su enfermiza relación con Carlotta, Minnelli deja que Douglas diga en voz alta: "Siempre tuvimos algo con [el color] verde", una señal directa para que el público preste atención a un color, como nunca he visto en una película importante. Esa cualidad abierta, esa voluntad de mostrar sus intenciones en la manga, independientemente de si esas intenciones finalmente resultan estéticamente, es una de las cualidades más entrañables de Minnelli como director. (Paul Mavis en DVD Talk)
Al querer ser excepcionalmente irónico y malicioso, Minnelli ya no consigue hacernos sentir empatía por sus personajes, y la película se nos vuelve a menudo desagradable, tanto más cuanto que no encontramos ni su habitual elegancia ni su profunda ternura incluso para sus protagonistas más antipáticos. Otra decepción proviene del hecho de que el director ni siquiera aprovecha al máximo los escenarios naturales que tiene a su disposición. Afortunadamente, quedan momentos fabulosos de pura puesta en escena, como la secuencia paroxística final a bordo del coche, la escena de proyección de Cautivos del mal (1952) durante la cual los participantes experimentan una fuerte melancolía y algunos otros con Edward G. Robinson, que es uno de los pocos actores de este reparto al que le va bien con Kirk Douglas, incluso si la actuación de este último a veces carece de sutileza. En definitiva, nada que ver con la lírica y soberbia Cautivos con la que sin embargo forma una especie de díptico. Después de la magnífica Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1961), retrocedemos un poco. (Erick Maurel en DVDClassik)
Dos semanas en otra ciudad es tan lograda como su predecesora, Cautivos del mal, pero es más difícil de abordar debido a su incursión en la oscuridad, como la secuencia catártica rodada en el coche que remite a la misma escena traumática con Lana Turner diez años antes. La diferencia entre el objetivo de las dos escenas visualmente similares es también la de las películas con temas falsamente idénticos. En 1962 Kirk Douglas conduce a toda velocidad para deshacerse definitivamente de sus demonios, cuando Lana Turner hace lo propio para abandonarse a ellos. En 1952 el cine era más grande que la vida, y diez años después Vincente Minnelli nos recuerda que lo es gracias a los hombres (y no a un solo hombre, la diatriba de Douglas a George Hamilton diciéndole que dejara de depender de nadie y creyera en él) que se dedican a ello con pasión. (Justin Kwedi en DVDClassik)
Por último, lo que resulta muy interesante al yuxtaponer las dos películas (Cautivos y Dos semanas) es el punto de vista de Vincente Minnelli, que ha cambiado profundamente en diez años, pasando de una visión magnificada de la época dorada de Hollywood a la de rodar en el extranjero únicamente por motivos económicos; de una narrativa impecable a una historia mucho más suelta; de gente ambiciosa y llena de codicia hasta personajes desgastados y desencantados. (Virgile Dumez en À voir, à lire)
Película estrenada en Madrid el 21 de marzo de 1963 en el cine Coliseum; en Barcelona, el 14 de abril de 1963 en los cines Montecarlo, Niza y Aristos.
Reparto: Kirk Douglas, Edward G. Robinson, Cyd Charisse, George Hamilton, Dahlia Lavi, Claire Trevor, James Gregory, Rosanna Schiaffino.