martes, 28 de marzo de 2023

Las palabras de Max (1978). Emilio Martínez-Lázaro


Narra la soledad de un sociólogo quincuagenario, Max (Ignacio Fernández de Castro), separado de su mujer y que comparte con su hija de trece años, Sara (Gracia Querejeta) una existencia atormentada por un profundo sentimiento de fracaso. Max intentará aliviar esa soledad buscando el calor de sus amigos, de su amante y de viejos conocidos.
Obtuvo el Oso de Oro del Festival de Berlín en 1978.

La película tiene un indudable interés por cuanto es la exposición de un método de trabajo que quiere acercarse al reflejo de una realidad por un camino distinto, igualmente convencional, artificioso, aunque pretende estar hecho con unos sustratos de autenticidad. Puede reprochársele una cierta monotonia que, solo en ocasiones, se rompe por la oportunidad y agudeza de los diálogos, esporàdicamente salpicados de humor. Película, indudablemente, hecha con ambiciones estéticas y existencials, producto dirigido a unas minories, no cabe despreciar en ella un cierto afán de sinceridad. (Pedro Crespo en ABC del 5 de marzo de 1978)

El interés que tiene el relato en sí es inferior a los citados méritos interpretativos. Hay un evidente deseo de desdramatizar, de esquematizar, pero esta lectura es a menudo un ejercicio que se conecta con el cansancio y la frialdad lo que no merecen en absoluto los personajes de la historia. (Ángeles Masó en La Vanguardia del 19 de marzo de 1978)

Si se califica a Las palabras de Max de película experimental, el lector no debe asustarse. (...) La novedad reside en la forma de trabajo, y ésta va encaminada a liberar ese material humano antes aludido de cualquier "coacción  exterior", de cualquier mecanismo preconcebido, para que podamos enfrentarnos a él de forma directa y participativa. Este experimento de Emilio Martínez-Lázaro no tiene nada que ver, pues, con abstracciones "vanguardistas", porque, en definitiva, es un experimento que nos trae al recuerdo (sin intenciones comparativas) al Rossellini de "Viaggio in Italia" o al Rohmer de los "Cuentos morales". (José María Carreño en Fotogramas nº 1535 del 17 de marzo de 1978)

Ciertas escenas llegan a ser irritantes, si bien a veces puede ser beneficioso, la inconsistencia y lo elementalmente tópico de ciertos diálogos salpicados de frases lapidarias, hace que el conjunto se resienta, y más en contraste con la atmósfera de trascendentalismo con la que pretende rodearse el film, y que me temo se queda sólo en barniz. Irrita porque si hay algo de trascendentalismo ya está implicado en el propio tema, con lo que se advierte lo que es accesorio y mera pose intelectual. Y es extraño que una película con destellos de lucidez como ésta caiga en la pose trascendentalista tan común en cierto cine español. (Manuel Lombardero en Dirigido por nº 53 de marzo de 1978)

El autor ha sorprendido la supuesta comodidad del receptor, que pretendiendo enfrentarse con un film supuestamente difícil de comprender y profundamente comprometido a nivel sociopolítico, se ha encontrado con una película que le planteaba una distinta problemática que fácilmente llegaría a asimilar como retrato de sí mismo. Esta particularidad, para el que entre en el film, supone un revulsivo de dudosa digestión. (Juan Carlos Rentero en Dirigido por nº 54 de abril de 1978)

Película estrenada en Madrid en el cine Azul el 1 de marzo de 1978; en Barcelona, el 17 de marzo de 1978 en el cine Arkadin.

Reparto: Ignacio Fernández de Castro, Gracia Querejeta, Héctor Alterio, María de la Riva, Myriam de Maeztu, Raúl Sender, Cecilia Villarreal. 

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