El guión de Isabella tiene una parte de memoria infantil, una parte de confesión y finalmente es una carta a un padre muerto y una defensa de su obra. A veces ella habla directamente a la cámara como hija, otras narra en tercera persona o aparece intepretando a toda una colección de contemporáneos de su padre -Selznick, Hitchcock, Fellini y Chaplin- para un diálogo imaginario entre estos famosos cineastas sobre la naturaleza y el propósito del cine. Isabella incluso hace una aparición como su propia madre. La hija desnuda sus sentimientos aquí, exponiendo su nostalgia por el padre muerto y las emociones confusas y conflictivas relacionadas con cualquier padre.
A primera vista Maddin parece una elección extraña para esta clase de trabajo pero fue elegido expresamente por Isabella para dirigirlo. Su padre, el hombre al que va dirigido el homenaje, era famoso por su odio al artificio en el cine, un hecho que se trae a colación repetidamente en la película. Maddin, por otra parte, es conocido en todo el mundo precisamente por su amor al artificio, su cuidadosa reconstrucción del expresionismo de los años 30, por manejar las cámaras con manivela y el uso de lentes emborronadas. Existe un conflicto inmediato y obvio entre el director y el tema de su película, al que se alude directamente en un aparte muy divertido, pero la elección tiene sentido si pensamos un poco. Si empieza siendo una película acerca del padre de Isabella, termina siéndolo acerca del recuerdo del padre y el recuerdo es una cosa elusiva, siempre cambiante. Quién mejor para capturar la forma cambiante del recuerdo, quién mejor para intentar capturar un fantasma, que Maddin, un hombre que ha dedicado su carrera a capturar imágenes de décadas pasadas.
Hermosamente rodada a partir de un guión sincero y sentido, My Dad Is 100 Years Old es la clase de película que podría haber caído fácilmente en el ensimismamiento almibarado. En lugar de eso, el espectador acaba deseando que hubiese sido un film mucho más largo.
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