Urgida por la necesidad de dinero para cubrir sus cuantiosos gastos, una condesa vende unos pendientes que le regaló su marido, y a éste le dice que los ha extraviado. El joyero, indiscreto, le cuenta al conde lo sucedido, y le vende las joyas que, tras distintos avatares, llegan a manos de un diplomático italiano.
Hace uso de una estética esencialmente clásica, que divide el relato en 4 actos, pensados para cumplir las 3 funciones canónicas de presentación, nudo y desenlace. La afición que profesa por el cuidado de los detalles, le impulsa a construir una visualidad rica en matices y elementos de adorno, que le confieren una apariencia de barroquismo de inspiración romántica, acorde con los gustos de la época (1900). Con todo, el armazón de la historia es conceptualmente clasicista y por ello equilibrado, armónico, sólido y dominado por la búsqueda de equivalencias entre el fondo y la forma.
Con la ayuda de elipsis encadenadas y el recurso al simbolismo de unas imágenes envolventes, construye una escena central de enorme fuerza y fuerte contundencia: el vals que descubre a los miembros de la pareja sus sentimientos íntimos, les facilita la comunicación silenciosa de los mismos y les sella su confirmación a través de la expresión corporal asociada a las vueltas del vals y a lo que sucede a su alrededor. (Miquel en Film Affinity)
La película se abre con la que es, a juicio de quien suscribe estas líneas, la mejor presentación de un personaje femenino de la historia del cine: un plano secuencia que se inicia con el primer plano de un joyero en el que destacan unos pendientes que, como veremos con posterioridad, serán de importancia capital en el desarrollo de la trama. La cámara de Ophüls recorre el tocador y el armario de la protagonista, a la que escuchamos hablar consigo misma mientras su mano escudriña joyas y visones con el objetivo de elegir alguno de esos objetos para venderlo y saldar así unas deudas que tiene. Sólo al final del mismo, y mediante el reflejo de un espejo, advertimos el bello rostro de Danielle Darrieux. No se nos ha dicho nada acerca de ella, al menos explícitamente. Pero su forma de hablar, el contenido de lo que dice, así como lo que Ophüls nos muestra con su cámara, nos sirven para definir completamente su personalidad. Cine en estado puro. (Ricardo Pérez en Esculpiendo el tiempo)
Las interpretaciones de los tres protagonistas son insuperables. De Sica, inmenso y entrañable; Boyer, con quizá el personaje más complejo, logra el equilibrio entre las dos realidades que se contraponen; Darrieux, con el mejor papel de su carrera, logra dar la talla a los otros dos ya celebrados actores. Aquí cabe resaltar el hecho de que Vittorio de Sica fue también cineasta, uno de los más importantes de Italia, y que Ophüls supo compenetrar con él, logrando un trabajo perfecto. Magistral de inicio a fin, ahondando en cada detalle de forma y fondo con una minuciosidad estética propia de su director, con un halo de misterio y una incesante presencia onírica, Madame de… se muestra como un filme de obligado visionado. (Stephan Enríquez en Cinedivergente)
Escribe Guillermo Cabrera Infante en Cine o sardina, un libro de cabecera para todo cinéfilo: “Una impronta suave marcaba en Hollywood a George Cukor como un director de mujeres. Otros directores (como el elegante y epiceno Mitchell Leisen, un Max Ophüls loco por la cámara o el titiritero de Marlene Dietrich, Joseph Von Sternberg) merecían mejor este epíteto”. El cubano estaba en lo cierto en dos puntos. En efecto, Ophüls además de ser muy barroco en lo visual (especialmente en su última etapa francesa) era un artista a la hora de mover la cámara. Es famoso por sus elaborados planos de seguimiento, filmados con una fluidez deslumbrante, los cuales llegaron a provocar una rendida admiración en algunos miembros de la Nouvelle Vague, así como en cineastas con fama de perfeccionistas natos como Stanley Kubrick o Paul Thomas Anderson.(María José Agudo en EAM)
Ophüls dirigió con acierto a los franceses Charles Boyer y Danielle Darrieux, y al italiano Vittorio de Sica, que están sencillamente arrebatadores. El diseño de vestuario estuvo nominado al Oscar. Llaman la atención los travellings, unos elegantes movimientos de cámara en que se diría que ésta se encuentra casi flotando, con tanta suavidad y precisión tienen lugar, ya sea en el andén de la estación de tren, en las escaleras, en los bailes, o en las diversas estancias. Y el ir de aquí para allá del general en el teatro, buscando los pendientes supuestamente perdidos, combina sentido del humor con modos geniales de narración. Aunque desde luego, el mejor consejo que podemos dar con respecto a este maravilloso film, es disfrutar viéndolo, pues como dijo Ophüls, “la historia de una película es una adivinanza”. (Decine21)
"Un clásico. No se pierdan al trío de Sica-Darrieux-Boyer, que se salen." (Gregorio Belinchón: Diario El País)
Retrato cínico y brillante de una sociedad en efervescencia, esta adaptación de una novela de Louise de Vilmorin articula una historia de enredos sentimentales con gran sentido de la ironía. Su sofisticada composición formal se concreta en una puesta en escena que combina armónicamente la elegancia con la inteligencia. (Fotogramas)
Película estrenada en España en febrero de 1954.
Reparto: Charles Boyer, Danielle Darrieux, Vittorio De Sica, Jean Debucourt, Jean Galland, Mireille Perrey.